sábado, 19 de mayo de 2012

El Doctorado





Y al final lo hizo. Ella se marchó. Su olor de perfume recién puesto aun se mantenía en la almohada, en las toallas del baño, en el sofá, pero ella ya no estaba.

La busqué en el armario, pero allí solo quedaban perchas vacías donde antes colgaba su ropa. Esa que tan bien le quedaba. La que concentraba todas las miradas de los hombres. Miradas que me ponían celoso al mismo tiempo que me hacían sentirme orgulloso, el más envidiado, el más importante, el elegido.

Busqué debajo de la cama para descubrir que allí ya no dormía una maleta, ahora tan solo permanecían mis zapatillas y algunas motas de polvo.

Busqué en el baño y lloré al ver que en los estantes de cristal solo quedaban cercos donde antes reposaban los perfumes que tanto me embriagaban. Tampoco estaba el maquillaje con que se perfeccionaba, aun más si cabe, cada mañana, ni su leche corporal que tan suave le dejaba la piel, ni tampoco el cepillo de dientes con el que sacaba brillo a su sonrisa tras cada comida. Ni el secador de pelo, ni su pintauñas, ni el cepillo con el que tantas horas pasaba intentando organizar su cabellera.

Se había ido. Tras miles de avisos que desoí, no pudo aguantar más y se fue.

Y ahora….. ¿De qué servía todo lo que yo había creado? ¿De qué servían aquellos viajes de punta a punta del mundo para asistir a reuniones donde ganaba dinero pero la perdía a ella? ¿De que servía aquél castillo sin princesa, aquél descapotable rojo sin copiloto, aquella piscina sin nadadora o aquél sofá tan grande sin nadie con quien compartirlo?

Nos conocíamos desde los 13 años. Siempre estuve enamorado de ella……… y ella de mi. Crecimos juntos, maduramos juntos, acabamos la carrera juntos, pero siempre hubo algo que nos separaba. Ella nació para sentir, para disfrutar de lo poco que tuviera, para amar su tiempo libre, sus momentos mágicos, para sacarle jugo a la vida, para compartir. Yo, sin embargo, también la amaba pero no supe ver que quizás amaba más a mi trabajo, a mi codicia, a mis títulos, a mi doctorado. Siempre trabajando, siempre acumulando más y más números en el banco. ¿De qué me servían ahora si lo que mas quería ya no estaba?

De nada.

Y esa certeza me sumió en un estado de frustración, de pesar, de locura por haber sido tan necio de no ver que ella no necesitaba más dinero, ni más coches. Ella me necesitaba a mí. Y no a través de una llamada de teléfono desde cualquier hotel de vete a saber en qué país. Me necesitaba allí, con ella, compartiendo cada minuto de nuestras vidas. Y yo….yo le di un millón de cosas, pero aquella no.

Y ahora… ¿Cómo recuperarla? ¿Cómo saber donde está? Yo era lo único que la mantenía unida a esta casa, a esta ciudad, a este país, y ella se fue. Se fue sin dejar nota de despedida, ni dirección donde poder ir a buscarla. Se llevó todo para no tener que volver nunca.

Y ahora….ahora yo lo tenía todo y no tenía nada.


  
                                                                                           Yago Welles, 27/4/2011

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