lunes, 28 de mayo de 2012

Enlaces Programas Radio






Aqui teneis los enlaces a los tres programas emitidos por radio con mis cuentos.

Programa 1 de Cuentos del Abuelo

Programa 2 de Cuentos del Abuelo

Programa 3 de Cuentos del Abuelo


Espero que os gusten.

El Encuentro. 1ª Parte.





El Sol ya era solo un espejismo en el horizonte mientras que la Luna tomaba su luz y la reflectaba en forma de blancura. Por la carretera no se veían luces ni ruidos de motores.

Los únicos sonidos que rompían el silencio provenían de ocultos grillos, de una lejana lechuza despertando de su adormilamiento diurno y de los aplausos y chillidos en los concursos del canal 5 que siempre estaban puestos en la TV de la trastienda de la recepción

El encargado del motel “Love and Go” miró su vieja moto, solitaria en el aparcamiento frente a las cinco únicas habitaciones de su establecimiento. Vacías todas ellas. Otra noche más.

En lo que llevaban de mes, tan solo dos clientes. Hacía unos diez días un viajante de suministros eléctricos se alojó por dos jornadas y  cuatro noches atrás ocuparon una suite, durante apenas cuarenta minutos. El alcalde y la señora Cummings. El cerdo del alcalde, que en muy contadas ocasiones, tenía éxito con alguna casada desatendida o con alguna jovencita que creía sus promesas durante unas horas, hasta que descubrían que además de mentiroso compulsivo, era un tipo maloliente, alcohólico y de mano suelta.

Por eso el alcalde era de ese tipo de amantes que no conseguía que sus acompañantes repitieran voluntariamente así que no era un cliente “asiduo”, es mas, tampoco se le podía considerar cliente porque nunca pagaba las facturas. Si alguien del pueblo tenía a bien presentarle una factura, él se desmarcaba con insinuaciones sobre permisos a punto de caducar o multas que podían ponerse a ciertos vehículos, así que las facturas volvían impagadas a la carpeta de donde habían salido.

Así que solo había algo mas vació que aquellas habitaciones, y era la caja registradora de la recepción.

¿Quién fue el genio que creyó que un motel con habitaciones temáticas tendría algún éxito en aquella carretera perdida de la mano de Dios? Así y todo, a Jack le pareció el sitio perfecto. Además de su poco tráfico de clientes, estaba aproximadamente a medio camino entre sus casas y lo suficientemente alejada para imposibilitar un encuentro casual con algún conocido que les pusiera en un apuro. El día que había ido a inspeccionarlo, se asombró que en aquella carretera de mala muerte hubiera un lugar como aquél, y más aún, que aquél encargado tan desaliñado y desganado mantuviera las habitaciones tan limpias y provistas.

La suite 1 aparecía en el catalogo como “Rome fall” Por mobiliario disponía de una cama con doseles y un diván al lado de una mesa con una fuente rebosante de uvas y dos copas metálicas en forma de cáliz. Unas columnas blancas, un par de ánforas antiguas y el busto de un señor con una corona de laurel llamado Cayo nosequemás eran el resto de ambientación.

La suite 2, “The Jungle” disponía de un mullido jergón en el suelo de lo que quería ser una selva. Unas cuantas plantas colgantes, varias macetas con frondosos ficus y un par de lianas decorativas. A parte de eso, un jacuzzi y una cinta de sonidos salvajes siempre sonando completaban la habitación.

La Suite 3 era “Heat on ice”. La más pequeña de todas, casi ridícula, pero los diseñadores supieron solucionarlo inteligentemente, trasformándola en un interior de iglú. Unos pocos poliexpan con forma de bloques de hielo por las paredes, una piel de oso que costó un riñón y parte del otro, confortables cojines con fundas de piel de foca (sintéticas claro) y una bonita estufa catalítica de hierro forjado en el centro de la estancia que aportaba un agradable calor de leña.

La suite 4 se conocía por el nombre de “Las Vegas dream”. Un rótulo de neón titilante con la leyenda “Cashier” daba la bienvenida. En las paredes posters de Frank Sinatra interpretando My Way, de Dolly Parton insinuando sus enormes y gigantescas……y otro de Siegfried & Roy acompañados de sus inseparables tigres blancos. Por mobiliario una cama King Size de dos por dos metros frente a una pared pintada con el relieve de la ciudad donde se adivinaban los perfiles del Bellagio, del Luxor, del Caesars Palace, del Sahara y demás. Y para completar, la bella gramola que se ocupaba de la ambientación musical.

Y por último la suite 5 “Strawberry cake” Paredes pintadas con diferentes tonos de rosas y fucsias. Piruletas y bastones de caramelo colgando de los marcos de puerta y ventanas. Una enorme cama con forma de fresa rematada en un cabezal que simulaba sus hojas y cubierta por un cubrecama de un intenso terciopelo rojo. Por todos lados cojines  rosas y almohadas con forma de malvaviscos. En el techo, un espejo rodeado de focos de luz que apuntaban directamente hacia el centro de la cama. Y por último, una nevera con puerta de cristal que permitía ver su contenido. Fresas frescas, un par de tubos de nata azucarada y dos botellas de champagne francés.

Nada mas verla, Jack supo que esa debía ser la habitación elegida. Una habitación muy pink, happily pink, como a ella le gustaban las cosas. Le encantaría.

El lugar estaba escogido, los protagonistas también. Sólo faltaba determinar el cuando. Y eso no estaba en las manos de Jack. Él solo podía soñar esperanzado en que fuera prontito, lo mas prontito posible.

Ella se lo había prometido…
…y ella siempre…siempre….cumplía sus promesas.


                                                            Fin de la primera parte.


                                                                                                             Yago Welles, 13/4/2011


El Encuentro. 2ª Parte.





Anoche se obligó a acostarse pese a saber que el nudo en el estómago le imposibilitaría dormirse. La noche trascurrió entre continuos cambios de posición en la cama, visitas a la salita donde apagaba la TV tras unos minutos de desquiciantes cambios de canal y un par de incursiones al interior del frigorífico para comprobar que nada de lo que allí se guardaba solucionaría la sed que esa noche padecía.

Minutos antes de que sonara el despertador, decidió levantarse. Podía decirse que su día “D” comenzaba. Se miró al espejo y se dijo – Chaval, hoy tienes que esmerarte especialmente. Nada puede fallar –

Con la cafetera ya en marcha se duchó con parsimonia, prestando atención a aquellos detalles que no solían tenerla. Usó un cepillito para uñas, se repasó bien detrás de las orejas y entre los dedos de los pies, para acabar con una crema hidratante y un cortaúñas perfeccionador de formas.

Tras eso, se afeitó a conciencia, intentando que ningún corte mancillara un cutis que quería impecable. Un retoque final a las cejas con unas pinzas y estaba listo para el desayuno.

Junto al café se preparó dos tostadas con mantequilla y mermelada, como no, de fresa. Mientras desayunaba, cerró los ojos, e intentó imaginarse cómo sabrían esas panquecas que tantas veces ella le ofreció con picardía y su café. Ese que cada mañana la veía tomar con su taza de loza, entre cigarros y ojeras.

Escoger la ropa no fue tarea sencilla. No acostumbraba a prestar atención a su atuendo y sin la práctica necesaria le envolvían las preguntas. ¿Clásico? ¿formal? ¿moderno? ¿desenfadado? ¿Cómo vestirse para una ocasión así?

Tras muchas dudas decidió no engañarse. Ser el mismo sería lo mejor. Un tejano azul lavado a la piedra no demasiado gastado y un polo naranja de manga larga se completaron con unas zapatillas casuals. Un atuendo cómodo, muy a su estilo, muy él.

Tras el lavado de dientes y perfumado de rigor, se encaminó al garaje. ¿Coche o moto? Llegar en moto le daría un aire más salvaje, más rebelde, incluso más juvenil, mientras que el coche era una opción más seria y sosa.

Así que se enfundó el casco y arrancó en dirección al “Love and Go”. A medio camino, al pasar frente a una floristería cayó en la cuenta que se presentaba con las manos vacías, así que para remediarlo entró en busca de algo bonito que comprarla. Quién lo viera salir de la tienda y subirse a la moto, no sospecharía qué llevaba en aquella bolsa, pero de lo que estaría seguro era de que un ramo no era.

Ya aparcado frente a la suite 5 del “Love and Go” se dirigió a la recepción donde se encontró un cabeceante encargado frente a una TV con el volumen demasiado alto para su gusto. Arreglado el asunto del pago y con unas llaves que le quemaban en la mano se dispuso a entrar a su habitación.

Aun faltaban 25 minutos para la hora H. Tiempo más que suficiente para prepararlo todo como quería. Un vistazo en redondo a la suite para asegurarse que estaba todo donde y como lo recordaba y se dispuso a trabajar.

Empezó levantando el cubrecama de intenso terciopelo rojo y esparció sobre las sábanas lo que había comprado en la floristería y ocultaba en aquella misteriosa bolsa. Cientos de pétalos de rosas cubrieron la cama. Pétalos de rosas rojas en su mayoría, pero también de rosas blancas, amarillas y como no, rosas rosas. Un manto de frescura que ella descubriría nada más retirar el cobertor que Jack puso de nuevo.

En el baño, llenó de agua la bañera redonda y puso en marcha los chorros de hidromasaje trasformándola en un jacuzzi. De su misteriosa bolsa sacó otra de las cosas que había comprado en la floristería. Un  enorme tarro de sales de baño de olores cítricos.
Espolvoreó el agua con una ración abundante y puso la guinda al agua echándole el puñado de pétalos de rosa que aun quedaban en la bolsa. Por el murete de alrededor de la bañera colocó lo último que llevaba en su bolsa. Velas. Muchas velas de diferentes formas, colores, y olores.

Ya solo faltaba ocuparse de la iluminación. Bajó todas las persianas sumiendo la suite en la total oscuridad. Encendió las velas y ajustó el regulador de la pared para conseguir la intensidad luminosa justo como la quería.

Todo estaba preparado. Todo como lo había soñado tantas veces. Todo perfecto, si exceptuamos que Jack tenía el corazón dando brincos, temblores en las manos y piel de gallina por todo el cuerpo.

Apenas faltaban 5 minutos para la hora H cuando se sentó en el borde de la cama sin saber si su corazón aguantaría la espera. Sudores fríos le recorrían y los ojos intranquilos no paraban de viajar de su reloj de muñeca al pomo de la puerta. Aquella espera era una tortura. Los minutos trascurrían a cámara lenta. ¿Sus manecillas no se movían? ¿Estaría parado el reloj? ¿Se había confundido de día? ¿Le daría mal los datos? Nervios que le hacían preguntarse tonterías.

Estaba todo correcto, sólo fallaba algo, y era que ella no aparecía. ¿Se lo habría repensado? ¿Temería a Jack? ¿La habrían descubierto? Preguntas, preguntas, preguntas. Nervios, nervios, nervios. Lo cierto era que ya pasaban ocho minutos de la hora H y sin noticias.

La espera le consumía. Pasaba de la euforia que sentía al oír un motor de coche lejano a la tristeza de pensar que ella no vendría por algún motivo desconocido. ¿Ya no le quería? ¿Había sido todo una burla? Y en esta montaña rusa de emociones se hallaba sumido cuando unos nudillos chocaron contra la puerta de la suite “Strawberry cake”. De un salto, Jack se incorporó. Se acercó a la puerta. Alargó la mano hasta el pomo, y, tras una respiración profunda, abrió la puerta.

Y allí estaba ella. Hermosa, resplandeciente. Con su sempiterna sonrisa embelleciendo su rostro y su precioso pelo cayendo en cascada hasta apoyarse en sus hombros. Con un primaveral vestido beige que estilizaba su figura y una chaqueta roja que realzaba la blancura de su tez, solo alterada por las pequitas que poblaban su rostro y el sonrojo de sus pómulos.

Cuando sus ojos nerviosos se cruzaron, ella dijo: -Hola.

Y jack vio que la tenía allí, por él. En la habitación de la cama de fresa.

Tal como ella se lo había prometido…
…y ella siempre…siempre….cumplía sus promesas.


                                                            Fin de la 2a parte


                                                                      Yago Welles, 15/4/2011


El Encuentro. 3ª Parte







Y jack vio que la tenía allí, por él. En la habitación de la cama de fresa.

Tal como ella se lo había prometido…
…y ella siempre…siempre….cumplía sus promesas.

Jack había ensayado mentalmente aquél momento cientos de veces. Cada una con diferentes tipos de reacciones que podían tener, tanto él como ella. Se había imaginado desde un empujón que daría con los huesos de un indefenso pero expectante Jack contra la cama, hasta otras en que ella lo miraría y, con ademán despectivo, daría media vuelta y se marcharía. Pero de todas las posibles reacciones, no había imaginado la más natural, la que cualquiera, que los hubiera estado observando a través de una imaginaria cámara oculta, esperaría. Ella lo había mirado y saludado. –Hola.-, y él, balbuceante, respondió. -Hola princesa.-

Sin valor para alargar sus manos y tocarse, ambos se quedaron mirándose a los ojos, como esperando una señal divina que abriese la veda. Observándose mutuamente, expectantes, hundidos en un mar de nervios y emociones. Apenas fueron unos instantes pero qué instantes más maravillosos.

Tuvo que ser ella la que rompiera el hielo y atravesará el umbral de la puerta sin esperar más esa invitación que no llegaba. Cerró la puerta tras si y se plantó ante él, con la sempiterna sonrisa que él tanto amaba. Estiró sus brazos hacia arriba, rodeó el cuello de Jack y con toda la naturalidad del mundo, como si lo hubiera hecho un millón de veces, acercó su boca y le beso.

Jack notó un escalofrío que le recorría la espina dorsal y sintió le flaqueaban las piernas. Aquél roce de manos tras su cuello, aquellos labios húmedos y carnosos y sobretodo, aquél aroma tan soñado...  ¿Qué delicia! Todo junto trasportó a Jack a la gloria, al sumun.

Tras el primer segundo de shock, reaccionó y devolvió aquél beso con pasión. Un beso que había comenzado con unos labios apretados y estáticos, pero que se habían quedado enganchados por una fuerza misteriosa y por mucho que los dos movían las cabezas de lado a lado, seguían pegados. Y siguieron unidos, incluso cuando ambos abrieron sus bocas y se tocaron con las lenguas al tiempo que sus manos recorrían sus espaldas.

Fueron tres, cuatro, cinco minutos tal vez, pero minutos maravillosos, completos, totales. El mundo dejó de existir a su alrededor. Solo estaban ellos dos. Ella y él, juntos por fin sin RL-alidad que los distanciara.

Tubo que ser ella, otra vez, la que tomara la iniciativa y empezara a tirar del polo de Jack hacia arriba. Anhelaba verlo desnudo, sentirlo dentro de ella. Y aquél gesto de ella destapó la caja de los truenos. Las manos de los dos empezaron a desabrochar cinturones y botones, a lanzar ropa y complementos por los aires.

Esas prendas que con tanto esmero habían escogido para la ocasión, ya no importaban. Se desnudaron a una velocidad que hubiera batido record si la torpeza de Jack desabrochando sujetadores no lo hubiera estropeado.

Ya desnudos los dos, el beso eterno finalizó. Se separaron lo justo para mirarse aquellas partes que aun no conocían del otro. El bajó su mirada desde unos ojos resplandecientes a una deseable boca entreabierta, a un cuello terso y suave y siguió descendiendo por su salpicado de pecas esternón hasta fijarla en los bonitos pechos de ella, rematados en unos excitados pezones que apuntaban hacia él y acompañados por el piercing del que le había hablado.

Ella también bajo su mirada. De los ojos timoratos a la boca carnosa y ardiente, después a un pecho poblado de vello que bajaba, como un reguero de hormigas, por su vientre y ombligo hasta unirse con el vello púbico, donde nacía su pene. Un pene en estado de absoluta erección, enorme, palpitante. Un pene que, nada más verlo, ella deseo sentir en su boca, por lo que, arrodillándose frete a él y tomándolo entre sus manos, beso.

Jack se creía morir, si ella continuaba con eso, no duraría ni 10 segundos más. Debía pararla, pero si a duras penas podía mantenerse de pie, mucho menos luchar contra ella. Cuando ella le empujó  para que se sentase en la cama, aprovechó para liberarse. Ella le miró atónita con un -¿A dónde vas?- en la mirada.

Jack la sonrió cariñosamente y la cogió de la mano para acompañarla al baño donde el jacuzzi los esperaba. Se metieron en el agua caliente con olor a cítricos y rosas y sentándose, Jack la abrazó por detrás al tiempo que apoyaba su cabeza en el cuello de ella.

El sueño de sentir la espalda de ella contra su pecho se estaba cumpliendo. Tras coger espuma de la superficie del agua empezó a enjabonarle la espalda, los hombros, el vientre al tiempo que la besaba en la nuca y tras las orejas. Notando como ella se estremecía a cada contacto, se envalentono, y hundiendo las manos bajo el agua, buscó sus pechos tomándolos entres sus manos. Los estrujó al tiempo que ella giraba su cabeza buscando la boca de Jack para que, otra vez, sus lenguas se encontrasen.

Ella, manteniéndose enganchada a Jack por la boca, buscó su miembro con las manos. Encontrándolo, tieso, caliente, rígido, y tembloroso ante los dedos que lo apresaban. A su vez, él bajo sus caricias por su vientre hasta asirla por los muslos y alzarla lo justo para que su pene quedara bajo ella y, con sumo cuidado, la dejó caer para facilitar a su falo el abrirse camino en el interior de ella.

Ella, sintiéndose llena, comenzó un baile adelante y atrás mientras gemía y apretaba sus dientes. Jack, cerró sus ojos y se abandonó al placer. Entraba y salía de ella con armoniosos movimientos mientras sus manos la apretaban contra su cuerpo. Los gemidos se sustituyeron por jadeos, y estos por pequeños chillidos de placer.

Cada vez se movían más y más rápido, más y más acompasados en una coreografía que anunciaba la llegada del éxtasis. Empezaron a desbocarse y a saltar y a besarse en todos los lugares a que llegaban, y a excitarse aun más con caricias de todo tipo. A ella, los ojos se le salían de las orbitas cada vez que notaba el miembro llegando al fondo de su conducto.

A él, se le saltaban cuando notaba como ella se lo apretaba con sus músculos vaginales, intentando exprimirlo. Y tras unos momentos de delirio, lo consiguió. Entre espasmos simultáneos, contracciones musculares y ojos que se cerraban con fuerza para que nada les distrayese de su orgasmo.

Ese orgasmo que culminaba un camino, una historia, un amor.

Y así fue como acabaron a la vez, entre burbujas y pétalos de rosa flotando.  Ambos se quedaron quietos, abrazados, jadeantes, satisfechos, y si cabe aun más, enamorados.

Allí, en aquél motelucho de mala muerte en aquella carretera de mala muerte. Algo no murió, algo nació. Tras aquél encuentro ya nada volvió a ser lo mismo. Se conocieron, se sintieron y se gozaron. Las palabras no serían nunca más huecas, ya no habría que soñar, sino que recordar. La imaginación se trasformó en realidad, su realidad.



                                                                                                           Yago Welles, 17/4/2011

Límites. Barreras...





A veces la causa es una ideología, otras una religión. A veces es el prejuicio contra un color o una raza. Una promesa o firma en papel. A veces la vergüenza. O el miedo. O el subir al siguiente autobús. A veces no reír un chiste o reír un complejo. Una discusión o malentendido. Una pantalla de cristal al final de un cable.

A veces son de piedra, granito, hormigón, otras de tela, cartón o cristal. A veces se ven enormes y otras no sé sabe ni donde están.

Son muros, paredes, o simples cortinas. Límites. Barreras al fin y al cabo.

Barreras que intentan interponerse entre dos que casi se tocan, que tratan de impedir el avance, separar caminos. Pero que son sólo eso, barreras. Molestas, si, pero sólo barreras.

Se pueden levantar, romper, saltar. Ignorarlas al fin y al cabo.

Sólo hay que querer. Juntos. Querer.


                                                                                          Yago Welles, 5/10/2007



Amanecer en el lago




…y amaneció, llenándolo todo de su luz, de su verdad.

Atrás quedaron los sonidos de la oscuridad. El ulular de una lechuza hambrienta, el rumor del agua al abandonar la corriente del río y fundirse en la quietud del lago, el chasquido de una rama seca al caer, el canto de los grillos cortejando a sus hembras.

Atrás quedaron los miedos de la oscuridad. Los lamentos que no eran más que viento, las sombras fantasmagóricas causadas por el inofensivo reflejo lunar, los aullidos lejanos de un perro imaginado como un sanguinario lobo.

Como la calma que sigue a la tempestad, como la reconciliación tras la discusión, como la disculpa sincera que merece el daño injustificado, la noche se fue…

…y amaneció, llenándolo todo de su luz, de su verdad.



                                                                                                        Yago Welles, 19/9/2007


Shhhhhhhh...........




Y él se la acercó.

Y con suavidad posó su dedo en los carnosos labios de ella. No sabía de donde sacó fuerzas para tal osadía. Tan solo sabía que necesitaba tocarla y sentir que era real. Y qué mejor lugar para tocarla que aquellos labios por los que fluían las palabras que lo enamoraban. Aquellos labios que le besaban en sus sueños, que imaginaba cálidos, húmedos, sabrosos….

Y ella se estremeció.

Aquél desconocido había invadido su espacio vital. Se había acercado tanto que podía respirar de su piel. Aquél desconocido que la intrigaba, que la atraía como un imán provocando un cúmulo de interrogantes. ¿Qué tiene? ¿De donde ha salido? ¿Por qué me interesa lo que dice, lo que piensa, lo que sabe? ….¿Quién es?

Y él le susurró - Shhhhh……….no digas nada……..sólo siente.

No quería que una palabra rompiera la magia del momento, que posibilitase que ella se apartase,  o que lo rechazase, o que se riese de él. Sólo deseaba que se parase el mundo a su alrededor, que nada ni nadie mas existiera. Poder concentrar cada átomo de su ser en disfrutar de aquél instante tan frágil.

Y ella calló.

Y concentró todos sus esfuerzos en obedecer a aquél susurro y al dedo que la inmovilizaba. Un susurro que atravesó el silencio y llegó hasta lo más hondo de su corazón Un dedo cuyo contacto fue como una descarga eléctrica. Un simple roce, pero que le erizó la piel, que llenó sus ojos de brillo, que la invadió de calor, de bienestar.

Un dedo amigo, confortable y confiable. Un dedo que conocía desde siempre pero que nunca creyó que existiera. Un dedo que despertó algo en ella…algo que no sabía que pudiera sentir…algo mágico….profundo……algo real. Una sensación, un anhelo, un placer, ……una necesidad.

Y los dos callaron.
Y los dos sintieron.
Y los dos se miraron.
Y los dos sonrieron.

.........y los dos……............se enamoraron.



                                                                                                              Yago Welles, 10/4/2011



El Arco Iris





Jack, como cada mañana de los últimos años, se dispuso a salir a pasear en bicicleta. Apuró su café, cogió sus llaves y cerró la puerta de la casa tras de si. Una casa en la que hacía unos minutos reinaban los chillidos y risas pero que se sumía en un profundo silencio tan pronto los niños como tomaban su autobús escolar.

Siempre le gustó montar en bicicleta por aquellos caminos entre campos y bosques. La naturaleza cambiaba día a día y pese a que la ruta era la misma, los árboles y plantas crecían y se marchitaban con el paso de los días, los pájaros volaban a norte o a sur dependiendo de la temporada, al igual que el río tenía mas o menos caudal. Las ardillas y conejos aparecían y desaparecían ante su vista como por arte de magia. Aquella evolución maravillaba a Jack, y su paseo diario acabó convirtiéndose en su rincón, su espacio, su tiempo. Le gustaba llamarlo su monotonía cambiante.

Aquél día en concreto, los campos se presentaron especialmente bucólicos. La pasada tormenta nocturna solo se recordaba por gotas en algunas hojas, algún pequeño charco en el camino y un magnífico e imponente arco iris en el horizonte.

La imagen de su padre le vino a la mente. Cuando años atrás, papá, en aquellos momentos de intimidad padre-hijo de antes de dormir, le contaba historias fantásticas y fábulas. En especial recordó el día que hablaron sobre el arco iris. Ese arco misterioso que indicaba el punto donde se escondía un tesoro inimaginable. Ese arco vigilante, que si detectaba que alguien se acercaba, desaparecía desesperando a los cazatesoros.

Quizás si corría lo suficientemente rápido podría llegar hasta el tesoro antes que el arco se desvaneciese. Sabía que era un sueño tonto, pero un sueño al fin y al cabo….y en su rincón, su espacio, su tiempo, se permitía soñar. Así que definitivamente si, hoy perseguiría ese arco iris.

Tomó aire y exhalándolo a continuación, empezó a pedalear enérgicamente. Cuando la carretera lo acercó a su objetivo, este, como era de prever, descubrió sus intenciones y empezó a diluirse en el aire. Un gran maizal se extendía frente a él y allí, en medio, rompiendo su uniformidad, una pequeña casa de chimenea humeante y paredes de madera que, se imaginó, podría ser el foco del arco iris. Así que abandonando la carretera principal, se dirigió hacia ella.

Una señal de atención marcaba el principio de aquella nueva vía. Indicaría algún peligro, firme en mal estado, animales sueltos, quien sabe, era indiferente, él debía apresurarse si quería su tesoro. Luchando contra la desaparición de aquella mágica luz, aceleró aun más su pedalear.

Con esa velocidad, curva tras curva ponía en peligro su integridad hasta que, lógicamente, algo le hizo perder el control y acabar de bruces en el suelo. Un minúsculo bache, grieta o tal vez una piedrecita, no sabía, pero de lo q estaba convencido es de que le dolía la cara, las manos, la espalda. Estaba herido.

Con miedo a verse una pierna rota, o sangre manando de su cabeza, o comprobar que no tenia tantos dedos como antes, abrió un ojo y después el otro. Y vio. Vio el maizal. Vio la casa. Y vio el arco iris indicando su tesoro. Y ese tesoro caminaba hacia Jack.

Era un tesoro de cabellos negros con brillos extraños, verdes, azules, extraños pero maravillosos. Un tesoro con un vestido vaporoso de tono rosado muy clarito, casi blanco. Un tesoro de rostro angelical que le saludó con una sonrisa amable. Un tesoro del que se enamoró nada mas verlo. Un tesoro. Su tesoro.

P.D. Gracias tormenta por traerme el arco iris. Gracias camino por llevarme hasta él. Gracias tesoro por ser tú. Por ser….un tesoro. Por ser……mi tesoro.



                                                                                                       Yago Welles, 11/4/2011
  


martes, 22 de mayo de 2012

Links para oir programas radio




Aqui podeis escuchar los cuentos emitidos con musiquita y tal. Espero que os guste.


Programa 1 de Cuentos del Abuelo
Programa 2 de Cuentos del Abuelo


Aqui podeis escuchar los cuentos emitidos con musiquita y tal. Espero que os guste.

¡¡OJO!! Me han informado que en la página de goear puede ser que hayan virus, así que si al dar a los enlaces os ofrece algo, no lo acepteis. Estos links han de oirse directamente sin aceptar nada mas.

lunes, 21 de mayo de 2012

Déjame vivir





Atrás quedaron los días en que amanecía con una sonrisa por ti. En que elegía mi ropa según tus gustos….pese a que sabía que nunca la verías. En que dejé de fumar para que ese aliento que nunca olerías no te molestase. Que usaba el perfume que creía que te gustaría. Atrás quedaron los días que lloraba si discutíamos o saltaba de dicha si me decías que me quedaba bien el corte de pelo que me hice especialmente para ti. Atrás quedaron la preocupación por tus retrasos de minutos o la desesperación por tus ausencias de semanas.

Atrás quedaron…….o no.

Ya no quiero mas oír tus falsas promesas, tus medias verdades, tus excusas, tus explicaciones que ni tu mismo entiendes. Ya no quiero mas imaginar porque haces esto o aquello, por quién sonríes, a quién amas, si eres feliz o no. Ya no quiero más que me llames amiga, que me digas que me quieres mucho y que soy alguien importante para ti. Ya no quiero más oírte, creerte, escucharte. Ya no quiero más que me duelas.

Ya no quiero más……o no.

Déjame sola. Con mis lágrimas, con mis recuerdos, con la imagen que tenía de ti, de los días felices. Déjame sola. Sigue tu vida… lejos de mí. No verte me dolerá, pero verte, sin mí, lo hace más. Déjame sola. Sobreviviré. Soy fuerte. Déjame sola para que rehaga mi vida, para que encuentre otro que me trate como merezco. Que me haga sentir princesa de cuento. Que me haga amar.

Déjame sola……o no.

Quiero olvidarme de ti….o no.

Quiero seguir mi vida sin ti……o no.

Déjame vivir…..o no


                                                                                             Yago Welles, 16/5/2012

El contenido del paquete





El timbre repicó cuando aun remoloneaba en la cama decidiendo una cuestión tan importante como si levantarme, tomar un café y lavarme la cara o si levantarme, lavarme la cara  y después tomar el café. Era una de aquellas mañanas en que podía dilatar el momento de ponerme en marcha y ¡qué bien estaba agarrada a mi peluche dando vueltas en la cama! Pero el timbre me sacó de tan dulce momento y tuve que ver de qué se trataba.

Era un recadero. Me traía el paquete que esperaba. Jijiji. ¡Qué nervios! Un paquete sin marcas, ni detalles de lo que contenía, pero que yo sabía muy bien lo que era. Cuando días atrás decidí encargarlo, lo hice sumida en un estado de nerviosismo, incluso de duda, que aun sentía, si bien ahora multiplicado por mil.

Mi vida sexual había experimentado increíbles mejoras en los últimos años. De ser un fardo abierto de patas sin apenas sentir algo más que un gustito, había pasado a descubrir mi cuerpo, a disfrutar de él, tanto a solas como acompañada. Hacía cosas que hace unos años ni se me hubieran pasado por la cabeza. Se podía decir que pasé de mojigata a ser poco menos que sexo adicta. Me encantaba y lo practicaba siempre que podía. Si bien no era una necesidad como para las ninfomanas, era un gran placer, y cuando disponía de la ocasión rara vez la dejaba escapar. En cuestiones de sexo, pocos pasos me faltaban por dar, y el contenido de ese paquete podía ser el artífice de que me faltara uno menos.

Conocí a Jack hacía tres meses más o menos. Desde el primer momento, algo me atrajo de él. Tal vez su seguridad, la educación con la que me trataba o aquellos inexplicables cambios de persona cercana, abierta, amable a ser frío, distante, arisco incluso. La cuestión es que me intrigaba y sin darme cuenta pasé de la intriga a la atracción y de la atracción a un deseo irrefrenable. Así que un día que él estaba en su fase persona lo abordé con mis mejores armas de seducción. Lo deseaba y cuando deseo algo nada puede frenarme, y poco tiempo después, amanecíamos abrazados cada mañana. Abrazados y, cada día que pasaba, un poco mas enamorados.

Una noche, mientras fumaba el cigarrillo de “después de”, satisfecha y plena, absolutamente dichosa y enamorada, me dio por pensar. ¿Qué le puedo regalar a Jack? ¿Cómo recompensarle lo feliz que me hace? Y así surgió la idea. Busque información por Internet, y el resultado de mis pesquisas estaba allí mismo, en aquél paquete.

Miraba el envoltorio de papel marrón y no me decidía a abrirlo. ¿Sería mejor dejar que lo abriera él? ¿Le daría un síncope cuando lo viera? Jijiji Más nervios. Otras parejas me habían insinuado el tema, pero ante mi negación rotunda no seguían insistiendo. Siempre tuve claro que por ahí no quería que se jugara, aunque, por otro lado, me intrigaba el saber que se sentiría. Me daba miedo pensar en el posible dolor que me causara, pero, he de reconocerlo, también algo de morbo. Mis amigas aseguraban que nada ponía mas caliente a un hombre que ofrecerles tu espalda y permitirles elegir de qué agujero disfrutar, pero también me advirtieron que tuviera mucho cuidado con a quién se lo ofrecía. Una elección desatinada podía doler mucho. Aunque yo lo tenía claro. Deseaba ofrecerle aquél regalo a Jack por dos motivos. Lo amaba con toda mi alma y sabía que en sus manos estaba segura. Nunca nadie me había tratado con tanta delicadeza como él.

Pasé el resto del día intranquila. Intentando mantener ocupada mi mente en las tareas domésticas pero sin poder evitar echar continuas miradas furtivas al paquete. Preparé una cena especial, atavié la mesa con el mantel de las ocasiones señaladas y saque los platos de loza fina que heredé de mama. Me bañé con parsimonia, pensando en él y evitando tocarme para no perder ni un ápice de deseo para cuando él volviese a casa. Quería una ambientación perfecta y la tenía lista cuando el día se despedía dando la bienvenida a la noche, y, por fin, el llegó.

Quizás fuese entrar en casa y ver una mesa de fiesta preparada, o tal vez las bombillas apagadas y el titilar de las velas, o el beso con lengüita y abrazo de romper cuellos que le di nada más entrar, pero Jack puso una cara de asombro que creía que se me infartaba allí mismo.

No quise explicarle el porqué de aquella preparación. Tan solo le dije -Cena y disfruta que esta noche lo harás mucho…. Jijiji.- Se me escapaba continuamente la risita medio maliciosa medio nerviosa. Él me miraba y por su cara debía estar pensando ¿La habrá tocado la lotería? ¿Se habrá gastado nuestros ahorros en un diamante o cualquier otro capricho y se siente culpable? O…sería posible…. ¿Estará embarazada?

Una vez terminada la cena y cuando volvía de la cocina de recoger los últimos platos, me acerqué a él por detrás, le abracé y besé tras la oreja al tiempo que le susurraba un te quiero y depositaba el paquete frente a él. Me miró intrigado pero tras ver que yo lo animaba con la cabeza, se decidió a abrirlo.

Sus ojos se abrieron como platos nada más ver el dibujo de la caja. Jijijiji, que nervios los míos. Me miró y yo lo miré. Sus ojos me preguntaba “¿Y esto? ¿Un iniciador anal?, los míos resplandecían de ternura al ver lo ingenuo que podía llegar a ser.

-Pero vamos a ver Jack, ¿tu qué crees que significa este regalo?- pregunté.

-Este regalo es para decirte que te quiero, que te amo con todo mi corazón, que no hay regalo en el mundo que pueda compensar lo que me das cada día, que sólo se me ocurre regalarme a mi misma, darte aquello que nunca le di a nadie, que confío en ti y sé que me tratarás con dulzura y que quiero seguir disfrutando más y mas contigo, en la cama y fuera de ella. Y sobretodo, este regalo significa gracias, gracias por ser como eres, por tratarme como me tratas, por llenar mi vida de luz, de sonrisas, de calor.-

A Jack se le escapó una lágrima, se levantó de la silla y me abrazó con ternura mientras me acarició la cara y mirándome a los ojos dijo –Mi niña…, te quiero-

Nuestros labios se buscaron, después tomó mi mano y me condujo al lecho donde disfrutamos de una inolvidable noche de pasión, donde descubrí que si, era cierto lo que mis amigas decían, nada ponía mas caliente a un hombre que ofrecerles tu espalda y permitirles elegir de qué agujero disfrutar, donde confirmé que, con Jack, nada dolía, todo era fácil, cómodo, natural,…..donde me amó,..... por delante y por detrás.



                                                                                 Yago Welles, 24/9/2011



Los Roques





Lo mejor de aquellas vacaciones era que las necesitaba. Catorce meses seguidos desde las últimas habían acabado con su alegría vital. Pura monotonía, de casa a la oficina y de la oficina a casa.

En la oficina, horas de lectura de contratos en su despacho y reuniones explicativas, técnicas, vacías de emociones o sorpresas. Desde que un día, un envalentonado repartidor de correo Jack abordó al presidente para explicarle porque no debía firmar ese contrato que accidentalmente cayó en sus manos, había ascendido como la espuma. De no mirarlo cuando se cruzaba con él, a ser el niño mimado del Presidente. Jack tenía un don especial, leía entre líneas y no había trampa oculta o artimaña legal que se le escapara. Hoy en día no se firmaba documento alguno que Jack no hubiera verificado

En casa, más trabajo. Hacerse la cena, arreglar las luces del baño, planchar camisas que ayer lavó,... Su ocio se reducía a sentarse con los pies en alto y el cenicero a mano, delante de una televisión que odiaba. Una televisión que le mostraba lo despreciable que era la gente que en ella aparecía y, aun más, lo estúpida que era la gente que en ella creía. Ex-mujeres de toreros o ladrones convictos alzados por las audiencias a la categoría de profetas. Chóferes y niñeras famosos por contar promiscuidades, en su mayoría inventadas, de quien les pagaba. Presidentes de países que se creían semidioses y chillaban revolución contra el imperialismo con un puño levantado mientras en la otra mano sostenían la Coca-cola que se estaban tomando. Presentadores que explicaban noticias con total convicción pese a saber que eran falsedades difundidas por alguna mano oculta para que subieran o bajaran tales acciones. Concursos amañados en que, llamando al módico precio de nosecuantos euros por minuto, podías ver como te mantenían en espera hasta que decidías colgar con cara de tonto por haber creído en su honestidad.

Mirara para donde mirara, tanto en su trabajo como en su vida, se veía buscando mentiras, falsedades, engaños. Debía salir de aquel círculo vicioso, y qué mejor que un velero, de no mas de los 6 metros que le permitía su licencia, provisiones suficientes, un buen fajo de dólares y, sobretodo, mucho mar y mucho tiempo por delante

De aquellas vacaciones esperaba encontrarse a si mismo, recuperar ese equilibrio que el exceso de trabajo y las tensiones familiares le habían arrebatado. Navegar le gustaba, pero hacerlo sin rumbo fijo, sin prisas, sólo parando cuando los vientos así lo quisieran, era apasionante. Amaba aquella soledad. Lo único que le podía comunicar con el resto de la humanidad era la radio, por la que en ocasiones oía ruidos semejantes a voces humanas pero a los que no prestaba la mas mínima atención y un teléfono por satélite que era tan solo una medida de seguridad. No tenía intención de utilizarlo nunca y permanecía guardado en su caja detrás de los botes de melocotón en almíbar y de atún en aceite.

Veintidós días de travesía sin rumbo fijo lo habían acercado a costas caribeñas. Después de tantos días perdido en medio del océano, era agradable ver de nuevo islas, vegetación incluso tráfico de barcos, pero también era más peligroso. Un despiste y podía encontrarse clavado en un banco de arena o aplastado contra algún atolón, o lo que era peor, arrollado por un petrolero mientras dormía. Así que debería fondear en algún sitio seguro a pasar la noche. Por primera vez en tres semanas tubo que coger el timón y darle un rumbo, pero…¿a dónde ir? Aquella zona del mundo estaba plagada de islas paradisíacas repletas de complejos hoteleros de los de caipirinha en la piscina y langosta de aguas calientes para almorzar. Y eso no se correspondía con el plan de viaje de Jack. Así que buscó en las cartas marinas algo que llamara su atención, algo que le dijera “ven hasta aquí”. En las cartas buscaba algo que no sabía lo que era. Una forma sugerente de algún bajío, o quizás un pico que sobresaliera mas que los de alrededor, y miró y miró hasta que un nombre llamó su atención. Los Roques. Esa era la señal que buscaba. Sus dos modelos de toda la vida, unidos en el nombre de unas islas. Rocky Balboa, su ídolo de ficción, el que se sobreponía a toda serie de golpes bajos, el que siempre iba de frente sin miedo a lo que pudiera pasar, el valiente al que desearía parecerse, y Rockefeller, su ídolo real, el millonario que amasó su fortuna gracias a su inteligencia, el mago de los negocios al que nunca nadie podía engañar ni timar, el astuto al que intentaba imitar. Dos hombres solitarios, de éxito, valientes e inteligentes. Como Jack soñaba ser.

El destino estaba escogido, el rumbo tomado, y la seguridad de que algo superior había puesto aquel paraje en su camino. Si se apurara podría llegar antes del anochecer pero la escasez del viento lo retrasó. Se aproximó a esas costas ya noche cerrada. Algunas balizas marcaban por donde no debía pasar pero no conocía aquellos mares, no sabía qué bancos de arena esquivar y cuales podían ser cruzados. Así que decidió fondear y descansar. Lanzado el ancla, se dio el baño nocturno que tanto le relajaba en aquellas aguas cálidas y especialmente saladas, se duchó con agua dulce frotando bien para sacarse todo el salitre y se tumbó en su camarote a esperar la llegada del sueño. Cuando cayó en los brazos de Morfeo, lo hizo tan profundamente que no oyó el sonido de la motora al acercarse, ni el de hombres armados abordando su yate, ni siquiera el del pomo de su camarote al abrir.

En apenas dos minutos se encontró nadando para salvar su vida. Con la única compañía del sonido de una motora alejándose entre chillidos de jubilo de sus tripulantes, mientras remolcaba un yate, su yate, para desguazarlo en cualquier playa desierta y vender sus piezas por una ínfima parte de lo que costaban en realidad.

Faltaban unas horas aun para el amanecer y debía sobrevivir a la noche. Con luz vería alguna de las miles de islitas que le rodeaban pero en una noche sin luna como aquella, nadar era tontería. ¿Hacia donde hacerlo? Así que se concentro en flotar, simplemente flotar y esperar.

Y en esa espera, encontró lo que buscaba. Se encontró a si mismo. Se dio cuenta que ya no quería seguir leyendo contratos de otros, que ya no quería seguir amasando fortuna para gastarla en una casa más grande que nunca sería un hogar, o en comprar una televisión de más pulgadas que le asquearía mirar. Allí, en medio de un mar poblado de islas ocultas por la noche, descubrió que tan solo deseaba una cosa que hasta entonces no había hecho. Vivir. Y tan pronto vislumbró su deseo, amaneció. Amaneció un nuevo día, pero también su nueva vida. Amaneció desprovisto de todo bien material, sin barco, ni maleta, sin su fajo de dolares ni su teléfono por satélite que escondía tras los botes de melocotón en almíbar y de atún en aceite. Amaneció en una playa de fina arena, en otro mar, en otro cielo, en otro país. Amaneció convertido en otra persona, con otra vida. Una vida que deseaba probar, que deseaba sentir. Una vida que deseaba……vivir.




                                                                                     Yago Welles, 20/4/2011


Deshacerse o derretirse





La primavera despuntaba. Se había retrasado. Y cuanto.
El sol radiante había elevado los termómetros hasta los 9 grados.

Cansados de varios meses bajo cero y deseosos de ver algo mas que los ojos vidriosos y las narices coloradas que asomaban entre gorros y bufandas, la muchachada pasó buena parte de la mañana rebuscando en sus baúles y armarios para recuperar las mangas cortas y las sandalias.

Aquél domingo se inauguraba la temporada de baño en el fiordo y la mayoría de los chicos intentarían lucirse delante de las alumnas de la escuela femenina. Pocos osarían adentrarse en las gélidas aguas recién nacidas del deshielo. La mayoría de ellos se conformaría con poder ver de cerca y sin impedimentos los pómulos, los cuellos, las manos que sus amadas mostraban por primera vez en el año.

Suri y Kendo estaban dichosos. Después de meses cruzándose de camino a sus respectivas escuelas, de meses de miradas furtivas entre nieves y hielos, de meses en que no se podían encontrar tras las clases sin morir congelados en el intento, podían dejar de imaginarse, podían verse, podían sentarse en el embarcadero, descalzos, con las mejillas rosadas más de la emoción que de los rayos solares.

Sentarse y mirar.

Mirar como se deshacía el hielo, como se derretía la nieve.

Sentir como se deshacían sus dudas, como se derretían sus corazones.



                                                                                            Yago Welles, 3/10/2007


Querida Milagros




Querida Milagros:

Ha pasado mucho tiempo. Un tiempo que se suponía debía cicatrizar mis heridas, que debía aliviarme de la tortura del añorar.

Yo, no se tú, soy incapaz de recordar qué nos distanció, porqué discutimos, pero en realidad no importa ya. No necesito culpables ni reproches.

Sólo quería decirte que te vi. Ayer en una cafetería. No, no me he vuelto loco. Ya sé que no es posible pero te vi. En una servilleta arrugada. Acababa de limpiarme con ella y los restos de café dibujaron un beso en ella. La arrugué y los pliegues formaron tu perfil.

También te vi ayer. Miré al cielo y no me costó encontrar el rostro que tanto besé en las formas de las nubes y el calor de tus abrazos en los rayos del Sol que me alcanzaban.

Y esta noche te volveré a ver. No pasa una en que no lo haga. Sólo he de cerrar los ojos un segundo y me trasporto a alguno de los instantes que vivimos juntos, que compartimos, y al abrirlos….ahí estás. En las sombras de la habitación que un día fue nuestra, en los pliegues de las sábanas que compartimos en el pasado, en las gotas de escarcha que empañan la ventana por la que te veía llegar con tu siempre presente sonrisa, en…en… en mi.

                                                             Siempre tuyo……..tu milagro.



                                                                                                                   Yago Welles, 9/10/2012


Komomola










Como mola saber a dónde ir cuando algo me preocupa. Tener un lugar dónde alguien me dirá la verdad, me consolará si es necesario pero siendo consciente que también me tirará de las orejas si lo merezco.

Como mola llegar a donde estás y automáticamente sentirme acompañado. Recibir un hola acompañando a una sonrisa. Un ¿cómo estás? No de compromiso, sino sincero, preocupado por mi respuesta.

Como mola poderte comentar mis idas y venidas, mis líos de faldas, mis enojos, angustias y temores…..sabiendo que las escucharás con interés mientras suspiras con resignación por mi ingenuidad.

Como mola poderte decir que te quiero sin que nadie vea mas allá de eso….que te quiero. Poder llamarte amore sin que nadie se atreva a celarse, porque desde el primer momento en que me conocen, saben que eres alguien imprescindible para mí.

Como mola poder presumir de tu amistad, de haberte conocido ya hace cinco años y seguir teniéndote siempre cerca pese a mis defectos, mis cambios de humor, mis ataques de ira, etc…

Como mola compartir contigo vivencias, anécdotas, fiestas, amigos y como no, enemigos que haces tuyos por el único motivo de serlo míos.

Como mola saber que aunque Second Life desaparezca de mi vida, tú seguirás siempre estando ahí. A solo una llamada de distancia.

Como mola tenerte de amiga, Komomola.


                                                                             Yago Welles, 19/5/2012