lunes, 21 de mayo de 2012

Zapatitos Rosas





Una semana, tan solo una semana. Una semana que esperábamos con resignación la mayor parte del año pero que se convertía en una angustia por los nervios los últimos días. Una semana que empezábamos a preparar al día siguiente del fin de la anterior. Eso nos permitía prolongar la sensación de libertad que nos proporcionaba, así como nos daba fuerzas para aguantar el día a día sin cometer ninguna locura. Y costaba, costaba mucho mantenernos dentro de la legalidad, pero teníamos que hacerlo. Perderíamos mucho si no fuera así.

Nuestra relación empezó seis años atrás. Los dos primeros años fueron como el de tantas otras parejas que su amor nació del chat. Amor mantenido a base de muchas horas de MSN, Skype, redes sociales, etc... con cada uno manteniendo nuestra vida, nuestro trabajo, aunque los viajes eran frecuentes. Ella venía a pasar conmigo sus vacaciones y alguna semanita extra cuando podía y yo viajaba a verla tres veces al año, casi un mes en verano, diez días en navidad y otros tantos en semana santa. Casi cien días al año que compensaban con creces los días separados.

Sin embargo, un día todo cambió. Una pelea de gallos entre dos jefes de gobierno en una cumbre de paz (¿Por qué las llamarán así?) finalizó con las relaciones diplomáticas entre ambos países. En un “miraquechuloquesoy” el Presidente de su país decidió no reconocer los pasaportes con mi bandera en su portada y nos prohibió la entrada a su territorio, sin excepciones. En contestación, mi Presidente en un “soytanchulocomotú”, le respondió negando todos los visados que se solicitaran desde aquél país, con lo que de la noche a la mañana nos encontramos sin  la posibilidad de visitarnos mutuamente. Sólo podríamos vernos haciendo coincidir nuestras vacaciones y citándonos en algún tercer país ajeno a tales grados de estupidez. Nuestros cien días bajaron a apenas treinta, y para acabar de rematarlo llegó lo de mi juicio.

Lo teníamos todo ligado para juntarnos una semana en Rio durante esas Navidades, pero como solía ser desgraciadamente habitual, los señores controladores aéreos decidieron ese día que no le parecía suficiente la millonada que ganaba y se suspendieron todos los vuelos,…hasta que llegasen a un acuerdo, y ya es sabido la desgana que tienen los políticos de llegar a acuerdos en días de vacaciones…… (Es que trabajar da una pereza….) En resumen, nos quedamos sin nuestro encuentro, y mi ira la pagó un enclenque auxiliar de tierra. Mi ira se trasformó en un puñetazo en la nariz cuando, él también desbordado por las reclamaciones,  me dijo de muy malos modos que me calmara, que ya podría viajar en otra fecha. Si, en otra fecha, pero de otro año. La mala suerte quiso que ese puñetazo le hiciera trastabillarse y caer contra el mostrador, dándose un golpe en la cabeza que lo dejó en coma durante una semana. Yo, directo al calabozo, a un juicio con veredicto de culpabilidad y a una pena de tres mil euros y ocho años de libertad provisional y….y su consiguiente imposibilidad a volar fuera del país. Nuestros cien días que ya eran treinta se quedaron en cero.

Después de recorrer cielo y mar, de abogado a abogado, solicitando permisos especiales, recurriendo a explicar nuestro caso a la prensa, implorando clemencia a los gobernantes que pudieran ayudarnos, conseguimos para ella un visado especial. Durante una semana al año, podría venir a verme, pero solo una semana.

Y así es como nos encontramos con solo una semana para compartir nuestro amor, para respirarnos, para llenarnos de energía que nos permitiera aguantar tanto tiempo sin tocarnos. Preparar esa semana se convirtió en un ritual. Los meses previos, hablábamos horas y horas sobre qué zona escoger, sobre climas que nos podríamos encontrar, sobre hoteles y sus habitaciones, incluso si en este o aquél hacen tal comida mas buena o si su piscina era mas grande, incluso llegamos a escoger una vez un hotel porque su folleto explicaba que su noche era mas pura y limpia de contaminación lumínica, con lo cual, se veían mas estrellas desde sus terrazas. Planificábamos cada segundo del encuentro, qué haríamos, qué ropa nos pondríamos, en qué restaurantes cenaríamos cada noche, y cuantas veces podríamos hacer el amor. Tenía que ser todo perfecto, esa semana era nuestro aire, nuestro maná milagroso que nos mantenía vivos. La única que importaba.

Pero no siempre las cosas son como se planifican. A veces hay pequeños detalles que cambian la realidad. Pequeños detalles que te plantean dudas, que te obligan a tomar determinaciones. Y uno de esos pequeños detalles puede salir de un bolso. Un bolso lanzado encima de una cama nada mas cruzar el umbral de la habitación mientras el hombre desnuda a la mujer y la tiende sobre la cama para hacerle el amor. Un pequeño detalle que yo vi justo al abrir los ojos después de penetrarla. Dos zapatitos de bebé.

¿Por qué llevaba dos zapatitos de bebé en el bolso? ¿A quien pertenecían? ¿Serían de algún sobrino del que no le había contado nada? Sobrina más bien, eran rosas. O…o….o serían….no, no podía ser. Asustaba hasta pensarlo, pero por otra parte…era lo más lógico. Pero…seguro que yo lo habría notado, eso conlleva una barriga y…… ¡ostras!..... aquellos dos meses sin cámara, claro……….¡¡¡Dios!!!.... ¿es posible que sea yo el padre?....la última vez que estuvimos juntos…mmm…había pasado ya un año…o sea que si fuera cierto…. ¡joder! si, aquellos zapatos podían corresponder a una niña de tres meses. Podía tener una hija y no haberlo sabido.

La observé. Su mirada huidiza me confirmó que ella hubiera deseado que no descubriera aquellos zapatitos rosas. ¿Por qué no me lo has dicho? Te amo princesa, y quiero a  tu…..uff…a… ¿nuestra hija?

Me miró con ojos brillantes, casi llorosos pero sin el casi. La emoción pudo con ella. Me abrazó con fuerza y rompió a llorar. Entre sollozos articulaba palabras que, incluso sin entenderlas, podía descifrar. Me pedía perdón, perdón por ocultármelo. No quería que yo sufriese lejos de nuestra hija.

Y allí estaba yo, desnudo aun, tumbado boca arriba, con la mente más en blanco que el techo en el que chocó mi mirada perdida. ¡¡Tenía una niña!! bueno dos. La mamá siempre había sido mi niña, pero se transformó al instante en mi niña grande y su hija, nuestra hija, en mi niña pequeña. Mil sensaciones me recorrían el espinazo. Nervios por haber descubierto todo, emoción de sentirme papá, frustración por no haber podido asistir al nacimiento, pena de pensar lo que debió sentir mi niña grande al pasar eso sola sin mi, y ganas, muchas ganas de verla, de tocarla, de olerla, de vivir con ella, con ellas dos.

Yo había imaginado mil maneras de contarle las últimas noticias, pero nunca pude soñar con mejor momento. -Amor, el recurso prosperó. Soy libre. Ya puedo salir del país. Escoge un lugar del mundo, y vayámonos juntos. Empecemos nuestra nueva vida. Hoy, no esperemos a mañana. Hagamos las maletas, recojamos a la niña, a nuestra niña, y vivamos nuestro amor, por fin, sin fronteras.
 
Y ella dijo SI.


                                                                                        Yago Welles, 9/5/2011




Y ella dijo SI.

Yago Welles, 9/5/2011

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