Jack,
como cada mañana de los últimos años, se dispuso a salir a pasear en bicicleta.
Apuró su café, cogió sus llaves y cerró la puerta de la casa tras de si. Una
casa en la que hacía unos minutos reinaban los chillidos y risas pero que se
sumía en un profundo silencio tan pronto los niños como tomaban su autobús
escolar.
Siempre
le gustó montar en bicicleta por aquellos caminos entre campos y bosques. La
naturaleza cambiaba día a día y pese a que la ruta era la misma, los árboles y
plantas crecían y se marchitaban con el paso de los días, los pájaros volaban a
norte o a sur dependiendo de la temporada, al igual que el río tenía mas o
menos caudal. Las ardillas y conejos aparecían y desaparecían ante su vista
como por arte de magia. Aquella evolución maravillaba a Jack, y su paseo diario
acabó convirtiéndose en su rincón, su espacio, su tiempo. Le gustaba llamarlo
su monotonía cambiante.
Aquél
día en concreto, los campos se presentaron especialmente bucólicos. La pasada
tormenta nocturna solo se recordaba por gotas en algunas hojas, algún pequeño
charco en el camino y un magnífico e imponente arco iris en el horizonte.
La
imagen de su padre le vino a la mente. Cuando años atrás, papá, en aquellos
momentos de intimidad padre-hijo de antes de dormir, le contaba historias
fantásticas y fábulas. En especial recordó el día que hablaron sobre el arco
iris. Ese arco misterioso que indicaba el punto donde se escondía un tesoro
inimaginable. Ese arco vigilante, que si detectaba que alguien se acercaba, desaparecía
desesperando a los cazatesoros.
Quizás
si corría lo suficientemente rápido podría llegar hasta el tesoro antes que el
arco se desvaneciese. Sabía que era un sueño tonto, pero un sueño al fin y al
cabo….y en su rincón, su espacio, su tiempo, se permitía soñar. Así que
definitivamente si, hoy perseguiría ese arco iris.
Tomó
aire y exhalándolo a continuación, empezó a pedalear enérgicamente. Cuando la
carretera lo acercó a su objetivo, este, como era de prever, descubrió sus
intenciones y empezó a diluirse en el aire. Un gran maizal se extendía frente a
él y allí, en medio, rompiendo su uniformidad, una pequeña casa de chimenea
humeante y paredes de madera que, se imaginó, podría ser el foco del arco iris.
Así que abandonando la carretera principal, se dirigió hacia ella.
Una
señal de atención marcaba el principio de aquella nueva vía. Indicaría algún
peligro, firme en mal estado, animales sueltos, quien sabe, era indiferente, él
debía apresurarse si quería su tesoro. Luchando contra la desaparición de
aquella mágica luz, aceleró aun más su pedalear.
Con
esa velocidad, curva tras curva ponía en peligro su integridad hasta que,
lógicamente, algo le hizo perder el control y acabar de bruces en el suelo. Un
minúsculo bache, grieta o tal vez una piedrecita, no sabía, pero de lo q estaba convencido es de que le dolía la cara, las manos, la espalda. Estaba herido.
Con
miedo a verse una pierna rota, o sangre manando de su cabeza, o comprobar que
no tenia tantos dedos como antes, abrió un ojo y después el otro. Y vio. Vio el
maizal. Vio la casa. Y vio el arco iris indicando su tesoro. Y ese tesoro
caminaba hacia Jack.
Era
un tesoro de cabellos negros con brillos extraños, verdes, azules, extraños
pero maravillosos. Un tesoro con un vestido vaporoso de tono rosado muy
clarito, casi blanco. Un tesoro de rostro angelical que le saludó con una
sonrisa amable. Un tesoro del que se enamoró nada mas verlo. Un tesoro. Su
tesoro.
P.D.
Gracias tormenta por traerme el arco iris. Gracias camino por llevarme hasta
él. Gracias tesoro por ser tú. Por ser….un tesoro. Por ser……mi tesoro.
Yago Welles, 11/4/2011
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