Una semana, tan
solo una semana. Una semana que esperábamos con resignación la mayor parte del
año pero que se convertía en una angustia por los nervios los últimos días. Una
semana que empezábamos a preparar al día siguiente del fin de la anterior. Eso
nos permitía prolongar la sensación de libertad que nos proporcionaba, así como
nos daba fuerzas para aguantar el día a día sin cometer ninguna locura. Y
costaba, costaba mucho mantenernos dentro de la legalidad, pero teníamos que
hacerlo. Perderíamos mucho si no fuera así.
Nuestra relación
empezó seis años atrás. Los dos primeros años fueron como el de tantas otras
parejas que su amor nació del chat. Amor mantenido a base de muchas horas de
MSN, Skype, redes sociales, etc... con cada uno manteniendo nuestra vida, nuestro
trabajo, aunque los viajes eran frecuentes. Ella venía a pasar conmigo sus
vacaciones y alguna semanita extra cuando podía y yo viajaba a verla tres veces
al año, casi un mes en verano, diez días en navidad y otros tantos en semana
santa. Casi cien días al año que compensaban con creces los días separados.
Sin embargo, un
día todo cambió. Una pelea de gallos entre dos jefes de gobierno en una cumbre
de paz (¿Por qué las llamarán así?) finalizó con las relaciones diplomáticas entre
ambos países. En un “miraquechuloquesoy” el Presidente de su país decidió no
reconocer los pasaportes con mi bandera en su portada y nos prohibió la entrada
a su territorio, sin excepciones. En contestación, mi Presidente en un
“soytanchulocomotú”, le respondió negando todos los visados que se solicitaran
desde aquél país, con lo que de la noche a la mañana nos encontramos sin la posibilidad de visitarnos mutuamente. Sólo
podríamos vernos haciendo coincidir nuestras vacaciones y citándonos en algún
tercer país ajeno a tales grados de estupidez. Nuestros cien días bajaron a
apenas treinta, y para acabar de rematarlo llegó lo de mi juicio.
Lo teníamos todo
ligado para juntarnos una semana en Rio durante esas Navidades, pero como solía
ser desgraciadamente habitual, los señores controladores aéreos decidieron ese
día que no le parecía suficiente la millonada que ganaba y se suspendieron
todos los vuelos,…hasta que llegasen a un acuerdo, y ya es sabido la desgana
que tienen los políticos de llegar a acuerdos en días de vacaciones…… (Es que
trabajar da una pereza….) En resumen, nos quedamos sin nuestro encuentro, y mi
ira la pagó un enclenque auxiliar de tierra. Mi ira se trasformó en un puñetazo
en la nariz cuando, él también desbordado por las reclamaciones, me dijo de muy malos modos que me calmara, que
ya podría viajar en otra fecha. Si, en otra fecha, pero de otro año. La mala
suerte quiso que ese puñetazo le hiciera trastabillarse y caer contra el
mostrador, dándose un golpe en la cabeza que lo dejó en coma durante una semana.
Yo, directo al calabozo, a un juicio con veredicto de culpabilidad y a una pena
de tres mil euros y ocho años de libertad provisional y….y su consiguiente
imposibilidad a volar fuera del país. Nuestros cien días que ya eran treinta se
quedaron en cero.
Después de
recorrer cielo y mar, de abogado a abogado, solicitando permisos especiales, recurriendo
a explicar nuestro caso a la prensa, implorando clemencia a los gobernantes que
pudieran ayudarnos, conseguimos para ella un visado especial. Durante una
semana al año, podría venir a verme, pero solo una semana.
Y así es como nos
encontramos con solo una semana para compartir nuestro amor, para respirarnos, para
llenarnos de energía que nos permitiera aguantar tanto tiempo sin tocarnos. Preparar
esa semana se convirtió en un ritual. Los meses previos, hablábamos horas y
horas sobre qué zona escoger, sobre climas que nos podríamos encontrar, sobre
hoteles y sus habitaciones, incluso si en este o aquél hacen tal comida mas
buena o si su piscina era mas grande, incluso llegamos a escoger una vez un
hotel porque su folleto explicaba que su noche era mas pura y limpia de
contaminación lumínica, con lo cual, se veían mas estrellas desde sus terrazas.
Planificábamos cada segundo del encuentro, qué haríamos, qué ropa nos
pondríamos, en qué restaurantes cenaríamos cada noche, y cuantas veces
podríamos hacer el amor. Tenía que ser todo perfecto, esa semana era nuestro
aire, nuestro maná milagroso que nos mantenía vivos. La única que importaba.
Pero no siempre
las cosas son como se planifican. A veces hay pequeños detalles que cambian la
realidad. Pequeños detalles que te plantean dudas, que te obligan a tomar
determinaciones. Y uno de esos pequeños detalles puede salir de un bolso. Un
bolso lanzado encima de una cama nada mas cruzar el umbral de la habitación
mientras el hombre desnuda a la mujer y la tiende sobre la cama para hacerle el
amor. Un pequeño detalle que yo vi justo al abrir los ojos después de
penetrarla. Dos zapatitos de bebé.
¿Por qué llevaba
dos zapatitos de bebé en el bolso? ¿A quien pertenecían? ¿Serían de algún
sobrino del que no le había contado nada? Sobrina más bien, eran rosas. O…o….o
serían….no, no podía ser. Asustaba hasta pensarlo, pero por otra parte…era lo
más lógico. Pero…seguro que yo lo habría notado, eso conlleva una barriga y……
¡ostras!..... aquellos dos meses sin cámara, claro……….¡¡¡Dios!!!.... ¿es
posible que sea yo el padre?....la última vez que estuvimos juntos…mmm…había
pasado ya un año…o sea que si fuera cierto…. ¡joder! si, aquellos zapatos
podían corresponder a una niña de tres meses. Podía tener una hija y no haberlo
sabido.
La observé. Su
mirada huidiza me confirmó que ella hubiera deseado que no descubriera aquellos
zapatitos rosas. ¿Por qué no me lo has dicho? Te amo princesa, y quiero a tu…..uff…a… ¿nuestra hija?
Me miró con ojos
brillantes, casi llorosos pero sin el casi. La emoción pudo con ella. Me abrazó
con fuerza y rompió a llorar. Entre sollozos articulaba palabras que, incluso
sin entenderlas, podía descifrar. Me pedía perdón, perdón por ocultármelo. No
quería que yo sufriese lejos de nuestra hija.
Y allí estaba yo, desnudo
aun, tumbado boca arriba, con la mente más en blanco que el techo en el que
chocó mi mirada perdida. ¡¡Tenía una niña!! bueno dos. La mamá siempre había
sido mi niña, pero se transformó al instante en mi niña grande y su hija, nuestra
hija, en mi niña pequeña. Mil sensaciones me recorrían el espinazo. Nervios por
haber descubierto todo, emoción de sentirme papá, frustración por no haber
podido asistir al nacimiento, pena de pensar lo que debió sentir mi niña grande
al pasar eso sola sin mi, y ganas, muchas ganas de verla, de tocarla, de olerla,
de vivir con ella, con ellas dos.
Yo había imaginado
mil maneras de contarle las últimas noticias, pero nunca pude soñar con mejor
momento. -Amor, el recurso prosperó. Soy libre. Ya puedo salir del país. Escoge
un lugar del mundo, y vayámonos juntos. Empecemos nuestra nueva vida. Hoy, no esperemos
a mañana. Hagamos las maletas, recojamos a la niña, a nuestra niña, y vivamos
nuestro amor, por fin, sin fronteras.
Y ella dijo SI.
Yago Welles, 9/5/2011
Y ella dijo SI.
Yago Welles, 9/5/2011
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