Y jack vio que la tenía allí, por él. En la
habitación de la cama de fresa.
Tal como ella se lo había prometido…
…y ella siempre…siempre….cumplía sus promesas.
Jack había ensayado mentalmente aquél momento
cientos de veces. Cada una con diferentes tipos de reacciones que podían tener,
tanto él como ella. Se había imaginado desde un empujón que daría con los
huesos de un indefenso pero expectante Jack contra la cama, hasta otras en que
ella lo miraría y, con ademán despectivo, daría media vuelta y se marcharía. Pero
de todas las posibles reacciones, no había imaginado la más natural, la que
cualquiera, que los hubiera estado observando a través de una imaginaria cámara
oculta, esperaría. Ella lo había mirado y saludado. –Hola.-, y él, balbuceante,
respondió. -Hola princesa.-
Sin valor para alargar sus manos y tocarse, ambos
se quedaron mirándose a los ojos, como esperando una señal divina que abriese
la veda. Observándose mutuamente, expectantes, hundidos en un mar de nervios y
emociones. Apenas fueron unos instantes pero qué instantes más maravillosos.
Tuvo que ser ella la que rompiera el hielo y
atravesará el umbral de la puerta sin esperar más esa invitación que no
llegaba. Cerró la puerta tras si y se plantó ante él, con la sempiterna sonrisa
que él tanto amaba. Estiró sus brazos hacia arriba, rodeó el cuello de Jack y
con toda la naturalidad del mundo, como si lo hubiera hecho un millón de veces,
acercó su boca y le beso.
Jack notó un escalofrío que le recorría la espina
dorsal y sintió le flaqueaban las piernas. Aquél roce de manos tras su cuello,
aquellos labios húmedos y carnosos y sobretodo, aquél aroma tan soñado... ¿Qué delicia! Todo junto trasportó a Jack a
la gloria, al sumun.
Tras el primer segundo de shock, reaccionó y
devolvió aquél beso con pasión. Un beso que había comenzado con unos labios
apretados y estáticos, pero que se habían quedado enganchados por una fuerza
misteriosa y por mucho que los dos movían las cabezas de lado a lado, seguían
pegados. Y siguieron unidos, incluso cuando ambos abrieron sus bocas y se
tocaron con las lenguas al tiempo que sus manos recorrían sus espaldas.
Fueron tres, cuatro, cinco minutos tal vez, pero
minutos maravillosos, completos, totales. El mundo dejó de existir a su
alrededor. Solo estaban ellos dos. Ella y él, juntos por fin sin RL-alidad que
los distanciara.
Tubo que ser ella, otra vez, la que tomara la
iniciativa y empezara a tirar del polo de Jack hacia arriba. Anhelaba verlo
desnudo, sentirlo dentro de ella. Y aquél gesto de ella destapó la caja de los
truenos. Las manos de los dos empezaron a desabrochar cinturones y botones, a
lanzar ropa y complementos por los aires.
Esas prendas que con tanto esmero habían escogido
para la ocasión, ya no importaban. Se desnudaron a una velocidad que hubiera
batido record si la torpeza de Jack desabrochando sujetadores no lo hubiera
estropeado.
Ya desnudos los dos, el beso eterno finalizó. Se
separaron lo justo para mirarse aquellas partes que aun no conocían del otro.
El bajó su mirada desde unos ojos resplandecientes a una deseable boca entreabierta,
a un cuello terso y suave y siguió descendiendo por su salpicado de pecas
esternón hasta fijarla en los bonitos pechos de ella, rematados en unos
excitados pezones que apuntaban hacia él y acompañados por el piercing del que
le había hablado.
Ella también bajo su mirada. De los ojos timoratos
a la boca carnosa y ardiente, después a un pecho poblado de vello que bajaba,
como un reguero de hormigas, por su vientre y ombligo hasta unirse con el vello
púbico, donde nacía su pene. Un pene en estado de absoluta erección, enorme,
palpitante. Un pene que, nada más verlo, ella deseo sentir en su boca, por lo
que, arrodillándose frete a él y tomándolo entre sus manos, beso.
Jack se creía morir, si ella continuaba con eso,
no duraría ni 10 segundos más. Debía pararla, pero si a duras penas podía
mantenerse de pie, mucho menos luchar contra ella. Cuando ella le empujó para que se sentase en la cama, aprovechó
para liberarse. Ella le miró atónita con un -¿A dónde vas?- en la mirada.
Jack la sonrió cariñosamente y la cogió de la mano
para acompañarla al baño donde el jacuzzi los esperaba. Se metieron en el agua
caliente con olor a cítricos y rosas y sentándose, Jack la abrazó por detrás al
tiempo que apoyaba su cabeza en el cuello de ella.
El sueño de sentir la espalda de ella contra su
pecho se estaba cumpliendo. Tras coger espuma de la superficie del agua empezó
a enjabonarle la espalda, los hombros, el vientre al tiempo que la besaba en la
nuca y tras las orejas. Notando como ella se estremecía a cada contacto, se
envalentono, y hundiendo las manos bajo el agua, buscó sus pechos tomándolos
entres sus manos. Los estrujó al tiempo que ella giraba su cabeza buscando la
boca de Jack para que, otra vez, sus lenguas se encontrasen.
Ella, manteniéndose enganchada a Jack por la boca,
buscó su miembro con las manos. Encontrándolo, tieso, caliente, rígido, y
tembloroso ante los dedos que lo apresaban. A su vez, él bajo sus caricias por
su vientre hasta asirla por los muslos y alzarla lo justo para que su pene quedara
bajo ella y, con sumo cuidado, la dejó caer para facilitar a su falo el abrirse
camino en el interior de ella.
Ella, sintiéndose llena, comenzó un baile adelante
y atrás mientras gemía y apretaba sus dientes. Jack, cerró sus ojos y se
abandonó al placer. Entraba y salía de ella con armoniosos movimientos mientras
sus manos la apretaban contra su cuerpo. Los gemidos se sustituyeron por
jadeos, y estos por pequeños chillidos de placer.
Cada vez se movían más y más rápido, más y más
acompasados en una coreografía que anunciaba la llegada del éxtasis. Empezaron
a desbocarse y a saltar y a besarse en todos los lugares a que llegaban, y a
excitarse aun más con caricias de todo tipo. A ella, los ojos se le salían de
las orbitas cada vez que notaba el miembro llegando al fondo de su conducto.
A él, se le saltaban cuando notaba como ella se lo
apretaba con sus músculos vaginales, intentando exprimirlo. Y tras unos
momentos de delirio, lo consiguió. Entre espasmos simultáneos, contracciones
musculares y ojos que se cerraban con fuerza para que nada les distrayese de su
orgasmo.
Ese orgasmo que culminaba un camino, una historia,
un amor.
Y así fue como acabaron a la vez, entre burbujas y
pétalos de rosa flotando. Ambos se
quedaron quietos, abrazados, jadeantes, satisfechos, y si cabe aun más,
enamorados.
Allí, en aquél motelucho de mala muerte en aquella
carretera de mala muerte. Algo no murió, algo nació. Tras aquél encuentro ya
nada volvió a ser lo mismo. Se conocieron, se sintieron y se gozaron. Las
palabras no serían nunca más huecas, ya no habría que soñar, sino que recordar.
La imaginación se trasformó en realidad, su realidad.
Yago Welles, 17/4/2011
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