Anoche se obligó a acostarse pese a saber que el
nudo en el estómago le imposibilitaría dormirse. La noche trascurrió entre
continuos cambios de posición en la cama, visitas a la salita donde apagaba la
TV tras unos minutos de desquiciantes cambios de canal y un par de incursiones
al interior del frigorífico para comprobar que nada de lo que allí se guardaba
solucionaría la sed que esa noche padecía.
Minutos antes de que sonara el despertador,
decidió levantarse. Podía decirse que su día “D” comenzaba. Se miró al espejo y
se dijo – Chaval, hoy tienes que esmerarte especialmente. Nada puede fallar –
Con la cafetera ya en marcha se duchó con
parsimonia, prestando atención a aquellos detalles que no solían tenerla. Usó
un cepillito para uñas, se repasó bien detrás de las orejas y entre los dedos
de los pies, para acabar con una crema hidratante y un cortaúñas perfeccionador
de formas.
Tras eso, se afeitó a conciencia, intentando que
ningún corte mancillara un cutis que quería impecable. Un retoque final a las
cejas con unas pinzas y estaba listo para el desayuno.
Junto al café se preparó dos tostadas con
mantequilla y mermelada, como no, de fresa. Mientras desayunaba, cerró los
ojos, e intentó imaginarse cómo sabrían esas panquecas que tantas veces ella le
ofreció con picardía y su café. Ese que cada mañana la veía tomar con su taza
de loza, entre cigarros y ojeras.
Escoger la ropa no fue tarea sencilla. No
acostumbraba a prestar atención a su atuendo y sin la práctica necesaria le
envolvían las preguntas. ¿Clásico? ¿formal? ¿moderno? ¿desenfadado? ¿Cómo
vestirse para una ocasión así?
Tras muchas dudas decidió no engañarse. Ser el
mismo sería lo mejor. Un tejano azul lavado a la piedra no demasiado gastado y
un polo naranja de manga larga se completaron con unas zapatillas casuals. Un
atuendo cómodo, muy a su estilo, muy él.
Tras el lavado de dientes y perfumado de rigor, se
encaminó al garaje. ¿Coche o moto? Llegar en moto le daría un aire más salvaje,
más rebelde, incluso más juvenil, mientras que el coche era una opción más
seria y sosa.
Así que se enfundó el casco y arrancó en dirección
al “Love and Go”. A medio camino, al pasar frente a una floristería cayó en la
cuenta que se presentaba con las manos vacías, así que para remediarlo entró en
busca de algo bonito que comprarla. Quién lo viera salir de la tienda y subirse
a la moto, no sospecharía qué llevaba en aquella bolsa, pero de lo que estaría
seguro era de que un ramo no era.
Ya aparcado frente a la suite 5 del “Love and Go”
se dirigió a la recepción donde se encontró un cabeceante encargado frente a
una TV con el volumen demasiado alto para su gusto. Arreglado el asunto del
pago y con unas llaves que le quemaban en la mano se dispuso a entrar a su
habitación.
Aun faltaban 25 minutos para la hora H. Tiempo más
que suficiente para prepararlo todo como quería. Un vistazo en redondo a la
suite para asegurarse que estaba todo donde y como lo recordaba y se dispuso a
trabajar.
Empezó levantando el cubrecama de intenso
terciopelo rojo y esparció sobre las sábanas lo que había comprado en la
floristería y ocultaba en aquella misteriosa bolsa. Cientos de pétalos de rosas
cubrieron la cama. Pétalos de rosas rojas en su mayoría, pero también de rosas
blancas, amarillas y como no, rosas rosas. Un manto de frescura que ella
descubriría nada más retirar el cobertor que Jack puso de nuevo.
En el baño, llenó de agua la bañera redonda y puso
en marcha los chorros de hidromasaje trasformándola en un jacuzzi. De su
misteriosa bolsa sacó otra de las cosas que había comprado en la floristería.
Un enorme tarro de sales de baño de
olores cítricos.
Espolvoreó
el agua con una ración abundante y puso la guinda al agua echándole el puñado
de pétalos de rosa que aun quedaban en la bolsa. Por el murete de alrededor de
la bañera colocó lo último que llevaba en su bolsa. Velas. Muchas velas de
diferentes formas, colores, y olores.
Ya solo faltaba ocuparse de la iluminación. Bajó
todas las persianas sumiendo la suite en la total oscuridad. Encendió las velas
y ajustó el regulador de la pared para conseguir la intensidad luminosa justo
como la quería.
Todo estaba preparado. Todo como lo había soñado
tantas veces. Todo perfecto, si exceptuamos que Jack tenía el corazón dando
brincos, temblores en las manos y piel de gallina por todo el cuerpo.
Apenas faltaban 5 minutos para la hora H cuando se
sentó en el borde de la cama sin saber si su corazón aguantaría la espera.
Sudores fríos le recorrían y los ojos intranquilos no paraban de viajar de su
reloj de muñeca al pomo de la puerta. Aquella espera era una tortura. Los
minutos trascurrían a cámara lenta. ¿Sus manecillas no se movían? ¿Estaría
parado el reloj? ¿Se había confundido de día? ¿Le daría mal los datos? Nervios
que le hacían preguntarse tonterías.
Estaba todo correcto, sólo fallaba algo, y era que
ella no aparecía. ¿Se lo habría repensado? ¿Temería a Jack? ¿La habrían
descubierto? Preguntas, preguntas, preguntas. Nervios, nervios, nervios. Lo
cierto era que ya pasaban ocho minutos de la hora H y sin noticias.
La espera le consumía. Pasaba de la euforia que
sentía al oír un motor de coche lejano a la tristeza de pensar que ella no
vendría por algún motivo desconocido. ¿Ya no le quería? ¿Había sido todo una
burla? Y en esta montaña rusa de emociones se hallaba sumido cuando unos
nudillos chocaron contra la puerta de la suite “Strawberry cake”. De un salto,
Jack se incorporó. Se acercó a la puerta. Alargó la mano hasta el pomo, y, tras
una respiración profunda, abrió la puerta.
Y allí estaba ella. Hermosa, resplandeciente. Con
su sempiterna sonrisa embelleciendo su rostro y su precioso pelo cayendo en
cascada hasta apoyarse en sus hombros. Con un primaveral vestido beige que
estilizaba su figura y una chaqueta roja que realzaba la blancura de su tez,
solo alterada por las pequitas que poblaban su rostro y el sonrojo de sus
pómulos.
Cuando sus ojos nerviosos se cruzaron, ella dijo:
-Hola.
Y jack vio que la tenía allí, por él. En la
habitación de la cama de fresa.
Tal como ella se lo había prometido…
…y ella siempre…siempre….cumplía sus promesas.
Fin
de la 2a parte
Yago Welles,
15/4/2011
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