lunes, 21 de mayo de 2012

Deshacerse o derretirse





La primavera despuntaba. Se había retrasado. Y cuanto.
El sol radiante había elevado los termómetros hasta los 9 grados.

Cansados de varios meses bajo cero y deseosos de ver algo mas que los ojos vidriosos y las narices coloradas que asomaban entre gorros y bufandas, la muchachada pasó buena parte de la mañana rebuscando en sus baúles y armarios para recuperar las mangas cortas y las sandalias.

Aquél domingo se inauguraba la temporada de baño en el fiordo y la mayoría de los chicos intentarían lucirse delante de las alumnas de la escuela femenina. Pocos osarían adentrarse en las gélidas aguas recién nacidas del deshielo. La mayoría de ellos se conformaría con poder ver de cerca y sin impedimentos los pómulos, los cuellos, las manos que sus amadas mostraban por primera vez en el año.

Suri y Kendo estaban dichosos. Después de meses cruzándose de camino a sus respectivas escuelas, de meses de miradas furtivas entre nieves y hielos, de meses en que no se podían encontrar tras las clases sin morir congelados en el intento, podían dejar de imaginarse, podían verse, podían sentarse en el embarcadero, descalzos, con las mejillas rosadas más de la emoción que de los rayos solares.

Sentarse y mirar.

Mirar como se deshacía el hielo, como se derretía la nieve.

Sentir como se deshacían sus dudas, como se derretían sus corazones.



                                                                                            Yago Welles, 3/10/2007


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