El
timbre repicó cuando aun remoloneaba en la cama decidiendo una cuestión tan
importante como si levantarme, tomar un café y lavarme la cara o si levantarme,
lavarme la cara y después tomar el café.
Era una de aquellas mañanas en que podía dilatar el momento de ponerme en
marcha y ¡qué bien estaba agarrada a mi peluche dando vueltas en la cama! Pero
el timbre me sacó de tan dulce momento y tuve que ver de qué se trataba.
Era un recadero.
Me traía el paquete que esperaba. Jijiji. ¡Qué nervios! Un paquete sin marcas,
ni detalles de lo que contenía, pero que yo sabía muy bien lo que era. Cuando
días atrás decidí encargarlo, lo hice sumida en un estado de nerviosismo,
incluso de duda, que aun sentía, si bien ahora multiplicado por mil.
Mi vida sexual
había experimentado increíbles mejoras en los últimos años. De ser un fardo
abierto de patas sin apenas sentir algo más que un gustito, había pasado a descubrir
mi cuerpo, a disfrutar de él, tanto a solas como acompañada. Hacía cosas que
hace unos años ni se me hubieran pasado por la cabeza. Se podía decir que pasé
de mojigata a ser poco menos que sexo adicta. Me encantaba y lo practicaba
siempre que podía. Si bien no era una necesidad como para las ninfomanas, era
un gran placer, y cuando disponía de la ocasión rara vez la dejaba escapar. En
cuestiones de sexo, pocos pasos me faltaban por dar, y el contenido de ese
paquete podía ser el artífice de que me faltara uno menos.
Conocí a Jack
hacía tres meses más o menos. Desde el primer momento, algo me atrajo de él.
Tal vez su seguridad, la educación con la que me trataba o aquellos
inexplicables cambios de persona cercana, abierta, amable a ser frío, distante,
arisco incluso. La cuestión es que me intrigaba y sin darme cuenta pasé de la
intriga a la atracción y de la atracción a un deseo irrefrenable. Así que un
día que él estaba en su fase persona lo abordé con mis mejores armas de
seducción. Lo deseaba y cuando deseo algo nada puede frenarme, y poco tiempo
después, amanecíamos abrazados cada mañana. Abrazados y, cada día que pasaba,
un poco mas enamorados.
Una noche,
mientras fumaba el cigarrillo de “después de”, satisfecha y plena,
absolutamente dichosa y enamorada, me dio por pensar. ¿Qué le puedo regalar a
Jack? ¿Cómo recompensarle lo feliz que me hace? Y así surgió la idea. Busque
información por Internet, y el resultado de mis pesquisas estaba allí mismo, en
aquél paquete.
Miraba el
envoltorio de papel marrón y no me decidía a abrirlo. ¿Sería mejor dejar que lo
abriera él? ¿Le daría un síncope cuando lo viera? Jijiji Más nervios. Otras
parejas me habían insinuado el tema, pero ante mi negación rotunda no seguían
insistiendo. Siempre tuve claro que por ahí no quería que se jugara, aunque,
por otro lado, me intrigaba el saber que se sentiría. Me daba miedo pensar en
el posible dolor que me causara, pero, he de reconocerlo, también algo de
morbo. Mis amigas aseguraban que nada ponía mas caliente a un hombre que
ofrecerles tu espalda y permitirles elegir de qué agujero disfrutar, pero
también me advirtieron que tuviera mucho cuidado con a quién se lo ofrecía. Una
elección desatinada podía doler mucho. Aunque yo lo tenía claro. Deseaba
ofrecerle aquél regalo a Jack por dos motivos. Lo amaba con toda mi alma y
sabía que en sus manos estaba segura. Nunca nadie me había tratado con tanta
delicadeza como él.
Pasé el resto del
día intranquila. Intentando mantener ocupada mi mente en las tareas domésticas
pero sin poder evitar echar continuas miradas furtivas al paquete. Preparé una
cena especial, atavié la mesa con el mantel de las ocasiones señaladas y saque
los platos de loza fina que heredé de mama. Me bañé con parsimonia, pensando en
él y evitando tocarme para no perder ni un ápice de deseo para cuando él
volviese a casa. Quería una ambientación perfecta y la tenía lista cuando el
día se despedía dando la bienvenida a la noche, y, por fin, el llegó.
Quizás fuese
entrar en casa y ver una mesa de fiesta preparada, o tal vez las bombillas
apagadas y el titilar de las velas, o el beso con lengüita y abrazo de romper
cuellos que le di nada más entrar, pero Jack puso una cara de asombro que creía
que se me infartaba allí mismo.
No quise
explicarle el porqué de aquella preparación. Tan solo le dije -Cena y disfruta
que esta noche lo harás mucho…. Jijiji.- Se me escapaba continuamente la risita
medio maliciosa medio nerviosa. Él me miraba y por su cara debía estar pensando
¿La habrá tocado la lotería? ¿Se habrá gastado nuestros ahorros en un diamante
o cualquier otro capricho y se siente culpable? O…sería posible…. ¿Estará
embarazada?
Una vez terminada
la cena y cuando volvía de la cocina de recoger los últimos platos, me acerqué
a él por detrás, le abracé y besé tras la oreja al tiempo que le susurraba un
te quiero y depositaba el paquete frente a él. Me miró intrigado pero tras ver
que yo lo animaba con la cabeza, se decidió a abrirlo.
Sus ojos se
abrieron como platos nada más ver el dibujo de la caja. Jijijiji, que nervios
los míos. Me miró y yo lo miré. Sus ojos me preguntaba “¿Y esto? ¿Un iniciador
anal?, los míos resplandecían de ternura al ver lo ingenuo que podía llegar a
ser.
-Pero vamos a ver
Jack, ¿tu qué crees que significa este regalo?- pregunté.
-Este regalo es
para decirte que te quiero, que te amo con todo mi corazón, que no hay regalo
en el mundo que pueda compensar lo que me das cada día, que sólo se me ocurre
regalarme a mi misma, darte aquello que nunca le di a nadie, que confío en ti y
sé que me tratarás con dulzura y que quiero seguir disfrutando más y mas
contigo, en la cama y fuera de ella. Y sobretodo, este regalo significa
gracias, gracias por ser como eres, por tratarme como me tratas, por llenar mi
vida de luz, de sonrisas, de calor.-
A Jack se le
escapó una lágrima, se levantó de la silla y me abrazó con ternura mientras me
acarició la cara y mirándome a los ojos dijo –Mi niña…, te quiero-
Nuestros labios se
buscaron, después tomó mi mano y me condujo al lecho donde disfrutamos de una
inolvidable noche de pasión, donde descubrí que si, era cierto lo que mis
amigas decían, nada ponía mas caliente a un hombre que ofrecerles tu espalda y
permitirles elegir de qué agujero disfrutar, donde confirmé que, con Jack, nada
dolía, todo era fácil, cómodo, natural,…..donde me amó,..... por delante y por
detrás.
Yago
Welles, 24/9/2011
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