Cuentos, cartas, declaraciones, poesias y demás textos y paranoias mias. Nunca pensé que pudieran interesarle a nadie, pero ahí están por si quereis leerlas.
lunes, 28 de mayo de 2012
Enlaces Programas Radio
Aqui teneis los enlaces a los tres programas emitidos por radio con mis cuentos.
Programa 1 de Cuentos del Abuelo
Programa 2 de Cuentos del Abuelo
Programa 3 de Cuentos del Abuelo
Espero que os gusten.
El Encuentro. 1ª Parte.
El Sol ya era solo un espejismo en el horizonte
mientras que la Luna tomaba su luz y la reflectaba en forma de blancura. Por la
carretera no se veían luces ni ruidos de motores.
Los únicos sonidos que rompían el silencio
provenían de ocultos grillos, de una lejana lechuza despertando de su
adormilamiento diurno y de los aplausos y chillidos en los concursos del canal
5 que siempre estaban puestos en la TV de la trastienda de la recepción
El encargado del motel “Love and Go” miró su vieja
moto, solitaria en el aparcamiento frente a las cinco únicas habitaciones de su
establecimiento. Vacías todas ellas. Otra noche más.
En lo que llevaban de mes, tan solo dos clientes.
Hacía unos diez días un viajante de suministros eléctricos se alojó por dos
jornadas y cuatro noches atrás ocuparon
una suite, durante apenas cuarenta minutos. El alcalde y la señora Cummings. El
cerdo del alcalde, que en muy contadas ocasiones, tenía éxito con alguna casada
desatendida o con alguna jovencita que creía sus promesas durante unas horas,
hasta que descubrían que además de mentiroso compulsivo, era un tipo
maloliente, alcohólico y de mano suelta.
Por eso el alcalde era de ese tipo de amantes que
no conseguía que sus acompañantes repitieran voluntariamente así que no era un
cliente “asiduo”, es mas, tampoco se le podía considerar cliente porque nunca
pagaba las facturas. Si alguien del pueblo tenía a bien presentarle una factura,
él se desmarcaba con insinuaciones sobre permisos a punto de caducar o multas
que podían ponerse a ciertos vehículos, así que las facturas volvían impagadas
a la carpeta de donde habían salido.
Así que solo había algo mas vació que aquellas
habitaciones, y era la caja registradora de la recepción.
¿Quién fue el genio que creyó que un motel con
habitaciones temáticas tendría algún éxito en aquella carretera perdida de la
mano de Dios? Así y todo, a Jack le pareció el sitio perfecto. Además de su
poco tráfico de clientes, estaba aproximadamente a medio camino entre sus casas
y lo suficientemente alejada para imposibilitar un encuentro casual con algún
conocido que les pusiera en un apuro. El día que había ido a inspeccionarlo, se
asombró que en aquella carretera de mala muerte hubiera un lugar como aquél, y
más aún, que aquél encargado tan desaliñado y desganado mantuviera las
habitaciones tan limpias y provistas.
La suite 1 aparecía en el catalogo como “Rome
fall” Por mobiliario disponía de una cama con doseles y un diván al lado de una
mesa con una fuente rebosante de uvas y dos copas metálicas en forma de cáliz.
Unas columnas blancas, un par de ánforas antiguas y el busto de un señor con
una corona de laurel llamado Cayo nosequemás eran el resto de ambientación.
La suite 2, “The Jungle” disponía de un mullido
jergón en el suelo de lo que quería ser una selva. Unas cuantas plantas
colgantes, varias macetas con frondosos ficus y un par de lianas decorativas. A
parte de eso, un jacuzzi y una cinta de sonidos salvajes siempre sonando
completaban la habitación.
La Suite 3 era “Heat on ice”. La más pequeña de
todas, casi ridícula, pero los diseñadores supieron solucionarlo
inteligentemente, trasformándola en un interior de iglú. Unos pocos poliexpan
con forma de bloques de hielo por las paredes, una piel de oso que costó un
riñón y parte del otro, confortables cojines con fundas de piel de foca
(sintéticas claro) y una bonita estufa catalítica de hierro forjado en el
centro de la estancia que aportaba un agradable calor de leña.
La suite 4 se conocía por el nombre de “Las Vegas
dream”. Un rótulo de neón titilante con la leyenda “Cashier” daba la
bienvenida. En las paredes posters de Frank Sinatra interpretando My Way, de
Dolly Parton insinuando sus enormes y gigantescas……y otro de Siegfried &
Roy acompañados de sus inseparables tigres blancos. Por mobiliario una cama
King Size de dos por dos metros frente a una pared pintada con el relieve de la
ciudad donde se adivinaban los perfiles del Bellagio, del Luxor, del Caesars
Palace, del Sahara y demás. Y para completar, la bella gramola que se ocupaba
de la ambientación musical.
Y por último la suite 5 “Strawberry cake” Paredes
pintadas con diferentes tonos de rosas y fucsias. Piruletas y bastones de
caramelo colgando de los marcos de puerta y ventanas. Una enorme cama con forma
de fresa rematada en un cabezal que simulaba sus hojas y cubierta por un
cubrecama de un intenso terciopelo rojo. Por todos lados cojines rosas y almohadas con forma de malvaviscos. En
el techo, un espejo rodeado de focos de luz que apuntaban directamente hacia el
centro de la cama. Y por último, una nevera con puerta de cristal que permitía
ver su contenido. Fresas frescas, un par de tubos de nata azucarada y dos
botellas de champagne francés.
Nada mas verla, Jack supo que esa debía ser la
habitación elegida. Una habitación muy pink, happily pink, como a ella le
gustaban las cosas. Le encantaría.
El
lugar estaba escogido, los protagonistas también. Sólo faltaba determinar el
cuando. Y eso no estaba en las manos de Jack. Él solo podía soñar esperanzado
en que fuera prontito, lo mas prontito posible.
Ella
se lo había prometido…
…y
ella siempre…siempre….cumplía sus promesas.
Fin
de la primera parte.
Yago
Welles, 13/4/2011
El Encuentro. 2ª Parte.
Anoche se obligó a acostarse pese a saber que el
nudo en el estómago le imposibilitaría dormirse. La noche trascurrió entre
continuos cambios de posición en la cama, visitas a la salita donde apagaba la
TV tras unos minutos de desquiciantes cambios de canal y un par de incursiones
al interior del frigorífico para comprobar que nada de lo que allí se guardaba
solucionaría la sed que esa noche padecía.
Minutos antes de que sonara el despertador,
decidió levantarse. Podía decirse que su día “D” comenzaba. Se miró al espejo y
se dijo – Chaval, hoy tienes que esmerarte especialmente. Nada puede fallar –
Con la cafetera ya en marcha se duchó con
parsimonia, prestando atención a aquellos detalles que no solían tenerla. Usó
un cepillito para uñas, se repasó bien detrás de las orejas y entre los dedos
de los pies, para acabar con una crema hidratante y un cortaúñas perfeccionador
de formas.
Tras eso, se afeitó a conciencia, intentando que
ningún corte mancillara un cutis que quería impecable. Un retoque final a las
cejas con unas pinzas y estaba listo para el desayuno.
Junto al café se preparó dos tostadas con
mantequilla y mermelada, como no, de fresa. Mientras desayunaba, cerró los
ojos, e intentó imaginarse cómo sabrían esas panquecas que tantas veces ella le
ofreció con picardía y su café. Ese que cada mañana la veía tomar con su taza
de loza, entre cigarros y ojeras.
Escoger la ropa no fue tarea sencilla. No
acostumbraba a prestar atención a su atuendo y sin la práctica necesaria le
envolvían las preguntas. ¿Clásico? ¿formal? ¿moderno? ¿desenfadado? ¿Cómo
vestirse para una ocasión así?
Tras muchas dudas decidió no engañarse. Ser el
mismo sería lo mejor. Un tejano azul lavado a la piedra no demasiado gastado y
un polo naranja de manga larga se completaron con unas zapatillas casuals. Un
atuendo cómodo, muy a su estilo, muy él.
Tras el lavado de dientes y perfumado de rigor, se
encaminó al garaje. ¿Coche o moto? Llegar en moto le daría un aire más salvaje,
más rebelde, incluso más juvenil, mientras que el coche era una opción más
seria y sosa.
Así que se enfundó el casco y arrancó en dirección
al “Love and Go”. A medio camino, al pasar frente a una floristería cayó en la
cuenta que se presentaba con las manos vacías, así que para remediarlo entró en
busca de algo bonito que comprarla. Quién lo viera salir de la tienda y subirse
a la moto, no sospecharía qué llevaba en aquella bolsa, pero de lo que estaría
seguro era de que un ramo no era.
Ya aparcado frente a la suite 5 del “Love and Go”
se dirigió a la recepción donde se encontró un cabeceante encargado frente a
una TV con el volumen demasiado alto para su gusto. Arreglado el asunto del
pago y con unas llaves que le quemaban en la mano se dispuso a entrar a su
habitación.
Aun faltaban 25 minutos para la hora H. Tiempo más
que suficiente para prepararlo todo como quería. Un vistazo en redondo a la
suite para asegurarse que estaba todo donde y como lo recordaba y se dispuso a
trabajar.
Empezó levantando el cubrecama de intenso
terciopelo rojo y esparció sobre las sábanas lo que había comprado en la
floristería y ocultaba en aquella misteriosa bolsa. Cientos de pétalos de rosas
cubrieron la cama. Pétalos de rosas rojas en su mayoría, pero también de rosas
blancas, amarillas y como no, rosas rosas. Un manto de frescura que ella
descubriría nada más retirar el cobertor que Jack puso de nuevo.
En el baño, llenó de agua la bañera redonda y puso
en marcha los chorros de hidromasaje trasformándola en un jacuzzi. De su
misteriosa bolsa sacó otra de las cosas que había comprado en la floristería.
Un enorme tarro de sales de baño de
olores cítricos.
Espolvoreó
el agua con una ración abundante y puso la guinda al agua echándole el puñado
de pétalos de rosa que aun quedaban en la bolsa. Por el murete de alrededor de
la bañera colocó lo último que llevaba en su bolsa. Velas. Muchas velas de
diferentes formas, colores, y olores.
Ya solo faltaba ocuparse de la iluminación. Bajó
todas las persianas sumiendo la suite en la total oscuridad. Encendió las velas
y ajustó el regulador de la pared para conseguir la intensidad luminosa justo
como la quería.
Todo estaba preparado. Todo como lo había soñado
tantas veces. Todo perfecto, si exceptuamos que Jack tenía el corazón dando
brincos, temblores en las manos y piel de gallina por todo el cuerpo.
Apenas faltaban 5 minutos para la hora H cuando se
sentó en el borde de la cama sin saber si su corazón aguantaría la espera.
Sudores fríos le recorrían y los ojos intranquilos no paraban de viajar de su
reloj de muñeca al pomo de la puerta. Aquella espera era una tortura. Los
minutos trascurrían a cámara lenta. ¿Sus manecillas no se movían? ¿Estaría
parado el reloj? ¿Se había confundido de día? ¿Le daría mal los datos? Nervios
que le hacían preguntarse tonterías.
Estaba todo correcto, sólo fallaba algo, y era que
ella no aparecía. ¿Se lo habría repensado? ¿Temería a Jack? ¿La habrían
descubierto? Preguntas, preguntas, preguntas. Nervios, nervios, nervios. Lo
cierto era que ya pasaban ocho minutos de la hora H y sin noticias.
La espera le consumía. Pasaba de la euforia que
sentía al oír un motor de coche lejano a la tristeza de pensar que ella no
vendría por algún motivo desconocido. ¿Ya no le quería? ¿Había sido todo una
burla? Y en esta montaña rusa de emociones se hallaba sumido cuando unos
nudillos chocaron contra la puerta de la suite “Strawberry cake”. De un salto,
Jack se incorporó. Se acercó a la puerta. Alargó la mano hasta el pomo, y, tras
una respiración profunda, abrió la puerta.
Y allí estaba ella. Hermosa, resplandeciente. Con
su sempiterna sonrisa embelleciendo su rostro y su precioso pelo cayendo en
cascada hasta apoyarse en sus hombros. Con un primaveral vestido beige que
estilizaba su figura y una chaqueta roja que realzaba la blancura de su tez,
solo alterada por las pequitas que poblaban su rostro y el sonrojo de sus
pómulos.
Cuando sus ojos nerviosos se cruzaron, ella dijo:
-Hola.
Y jack vio que la tenía allí, por él. En la
habitación de la cama de fresa.
Tal como ella se lo había prometido…
…y ella siempre…siempre….cumplía sus promesas.
Fin
de la 2a parte
Yago Welles,
15/4/2011
El Encuentro. 3ª Parte
Y jack vio que la tenía allí, por él. En la
habitación de la cama de fresa.
Tal como ella se lo había prometido…
…y ella siempre…siempre….cumplía sus promesas.
Jack había ensayado mentalmente aquél momento
cientos de veces. Cada una con diferentes tipos de reacciones que podían tener,
tanto él como ella. Se había imaginado desde un empujón que daría con los
huesos de un indefenso pero expectante Jack contra la cama, hasta otras en que
ella lo miraría y, con ademán despectivo, daría media vuelta y se marcharía. Pero
de todas las posibles reacciones, no había imaginado la más natural, la que
cualquiera, que los hubiera estado observando a través de una imaginaria cámara
oculta, esperaría. Ella lo había mirado y saludado. –Hola.-, y él, balbuceante,
respondió. -Hola princesa.-
Sin valor para alargar sus manos y tocarse, ambos
se quedaron mirándose a los ojos, como esperando una señal divina que abriese
la veda. Observándose mutuamente, expectantes, hundidos en un mar de nervios y
emociones. Apenas fueron unos instantes pero qué instantes más maravillosos.
Tuvo que ser ella la que rompiera el hielo y
atravesará el umbral de la puerta sin esperar más esa invitación que no
llegaba. Cerró la puerta tras si y se plantó ante él, con la sempiterna sonrisa
que él tanto amaba. Estiró sus brazos hacia arriba, rodeó el cuello de Jack y
con toda la naturalidad del mundo, como si lo hubiera hecho un millón de veces,
acercó su boca y le beso.
Jack notó un escalofrío que le recorría la espina
dorsal y sintió le flaqueaban las piernas. Aquél roce de manos tras su cuello,
aquellos labios húmedos y carnosos y sobretodo, aquél aroma tan soñado... ¿Qué delicia! Todo junto trasportó a Jack a
la gloria, al sumun.
Tras el primer segundo de shock, reaccionó y
devolvió aquél beso con pasión. Un beso que había comenzado con unos labios
apretados y estáticos, pero que se habían quedado enganchados por una fuerza
misteriosa y por mucho que los dos movían las cabezas de lado a lado, seguían
pegados. Y siguieron unidos, incluso cuando ambos abrieron sus bocas y se
tocaron con las lenguas al tiempo que sus manos recorrían sus espaldas.
Fueron tres, cuatro, cinco minutos tal vez, pero
minutos maravillosos, completos, totales. El mundo dejó de existir a su
alrededor. Solo estaban ellos dos. Ella y él, juntos por fin sin RL-alidad que
los distanciara.
Tubo que ser ella, otra vez, la que tomara la
iniciativa y empezara a tirar del polo de Jack hacia arriba. Anhelaba verlo
desnudo, sentirlo dentro de ella. Y aquél gesto de ella destapó la caja de los
truenos. Las manos de los dos empezaron a desabrochar cinturones y botones, a
lanzar ropa y complementos por los aires.
Esas prendas que con tanto esmero habían escogido
para la ocasión, ya no importaban. Se desnudaron a una velocidad que hubiera
batido record si la torpeza de Jack desabrochando sujetadores no lo hubiera
estropeado.
Ya desnudos los dos, el beso eterno finalizó. Se
separaron lo justo para mirarse aquellas partes que aun no conocían del otro.
El bajó su mirada desde unos ojos resplandecientes a una deseable boca entreabierta,
a un cuello terso y suave y siguió descendiendo por su salpicado de pecas
esternón hasta fijarla en los bonitos pechos de ella, rematados en unos
excitados pezones que apuntaban hacia él y acompañados por el piercing del que
le había hablado.
Ella también bajo su mirada. De los ojos timoratos
a la boca carnosa y ardiente, después a un pecho poblado de vello que bajaba,
como un reguero de hormigas, por su vientre y ombligo hasta unirse con el vello
púbico, donde nacía su pene. Un pene en estado de absoluta erección, enorme,
palpitante. Un pene que, nada más verlo, ella deseo sentir en su boca, por lo
que, arrodillándose frete a él y tomándolo entre sus manos, beso.
Jack se creía morir, si ella continuaba con eso,
no duraría ni 10 segundos más. Debía pararla, pero si a duras penas podía
mantenerse de pie, mucho menos luchar contra ella. Cuando ella le empujó para que se sentase en la cama, aprovechó
para liberarse. Ella le miró atónita con un -¿A dónde vas?- en la mirada.
Jack la sonrió cariñosamente y la cogió de la mano
para acompañarla al baño donde el jacuzzi los esperaba. Se metieron en el agua
caliente con olor a cítricos y rosas y sentándose, Jack la abrazó por detrás al
tiempo que apoyaba su cabeza en el cuello de ella.
El sueño de sentir la espalda de ella contra su
pecho se estaba cumpliendo. Tras coger espuma de la superficie del agua empezó
a enjabonarle la espalda, los hombros, el vientre al tiempo que la besaba en la
nuca y tras las orejas. Notando como ella se estremecía a cada contacto, se
envalentono, y hundiendo las manos bajo el agua, buscó sus pechos tomándolos
entres sus manos. Los estrujó al tiempo que ella giraba su cabeza buscando la
boca de Jack para que, otra vez, sus lenguas se encontrasen.
Ella, manteniéndose enganchada a Jack por la boca,
buscó su miembro con las manos. Encontrándolo, tieso, caliente, rígido, y
tembloroso ante los dedos que lo apresaban. A su vez, él bajo sus caricias por
su vientre hasta asirla por los muslos y alzarla lo justo para que su pene quedara
bajo ella y, con sumo cuidado, la dejó caer para facilitar a su falo el abrirse
camino en el interior de ella.
Ella, sintiéndose llena, comenzó un baile adelante
y atrás mientras gemía y apretaba sus dientes. Jack, cerró sus ojos y se
abandonó al placer. Entraba y salía de ella con armoniosos movimientos mientras
sus manos la apretaban contra su cuerpo. Los gemidos se sustituyeron por
jadeos, y estos por pequeños chillidos de placer.
Cada vez se movían más y más rápido, más y más
acompasados en una coreografía que anunciaba la llegada del éxtasis. Empezaron
a desbocarse y a saltar y a besarse en todos los lugares a que llegaban, y a
excitarse aun más con caricias de todo tipo. A ella, los ojos se le salían de
las orbitas cada vez que notaba el miembro llegando al fondo de su conducto.
A él, se le saltaban cuando notaba como ella se lo
apretaba con sus músculos vaginales, intentando exprimirlo. Y tras unos
momentos de delirio, lo consiguió. Entre espasmos simultáneos, contracciones
musculares y ojos que se cerraban con fuerza para que nada les distrayese de su
orgasmo.
Ese orgasmo que culminaba un camino, una historia,
un amor.
Y así fue como acabaron a la vez, entre burbujas y
pétalos de rosa flotando. Ambos se
quedaron quietos, abrazados, jadeantes, satisfechos, y si cabe aun más,
enamorados.
Allí, en aquél motelucho de mala muerte en aquella
carretera de mala muerte. Algo no murió, algo nació. Tras aquél encuentro ya
nada volvió a ser lo mismo. Se conocieron, se sintieron y se gozaron. Las
palabras no serían nunca más huecas, ya no habría que soñar, sino que recordar.
La imaginación se trasformó en realidad, su realidad.
Yago Welles, 17/4/2011
Límites. Barreras...
A veces la causa es una ideología, otras una
religión. A veces es el prejuicio contra un color o una raza. Una promesa o
firma en papel. A veces la vergüenza. O el miedo. O el subir al siguiente
autobús. A veces no reír un chiste o reír un complejo. Una discusión o
malentendido. Una pantalla de cristal al final de un cable.
A veces son de piedra, granito, hormigón, otras de
tela, cartón o cristal. A veces se ven enormes y otras no sé sabe ni donde
están.
Son muros, paredes, o simples cortinas. Límites. Barreras
al fin y al cabo.
Barreras que intentan interponerse entre dos que
casi se tocan, que tratan de impedir el avance, separar caminos. Pero que son
sólo eso, barreras. Molestas, si, pero sólo barreras.
Se pueden levantar, romper, saltar. Ignorarlas al
fin y al cabo.
Sólo hay que querer. Juntos. Querer.
Yago
Welles, 5/10/2007
Amanecer en el lago
…y
amaneció, llenándolo todo de su luz, de su verdad.
Atrás
quedaron los sonidos de la oscuridad. El ulular de una lechuza hambrienta, el
rumor del agua al abandonar la corriente del río y fundirse en la quietud del
lago, el chasquido de una rama seca al caer, el canto de los grillos cortejando
a sus hembras.
Atrás
quedaron los miedos de la oscuridad. Los lamentos que no eran más que viento,
las sombras fantasmagóricas causadas por el inofensivo reflejo lunar, los
aullidos lejanos de un perro imaginado como un sanguinario lobo.
Como
la calma que sigue a la tempestad, como la reconciliación tras la discusión,
como la disculpa sincera que merece el daño injustificado, la noche se fue…
…y
amaneció, llenándolo todo de su luz, de su verdad.
Yago Welles, 19/9/2007
Shhhhhhhh...........
Y
él se la acercó.
Y
con suavidad posó su dedo en los carnosos labios de ella. No sabía de donde
sacó fuerzas para tal osadía. Tan solo sabía que necesitaba tocarla y sentir
que era real. Y qué mejor lugar para tocarla que aquellos labios por los que
fluían las palabras que lo enamoraban. Aquellos labios que le besaban en sus
sueños, que imaginaba cálidos, húmedos, sabrosos….
Y
ella se estremeció.
Aquél
desconocido había invadido su espacio vital. Se había acercado tanto que podía
respirar de su piel. Aquél desconocido que la intrigaba, que la atraía como un
imán provocando un cúmulo de interrogantes. ¿Qué tiene? ¿De donde ha salido?
¿Por qué me interesa lo que dice, lo que piensa, lo que sabe? ….¿Quién es?
Y
él le susurró - Shhhhh……….no digas nada……..sólo siente.
No
quería que una palabra rompiera la magia del momento, que posibilitase que ella
se apartase, o que lo rechazase, o que
se riese de él. Sólo deseaba que se parase el mundo a su alrededor, que nada ni
nadie mas existiera. Poder concentrar cada átomo de su ser en disfrutar de
aquél instante tan frágil.
Y
ella calló.
Y
concentró todos sus esfuerzos en obedecer a aquél susurro y al dedo que la
inmovilizaba. Un susurro que atravesó el silencio y llegó hasta lo más hondo de
su corazón Un dedo cuyo contacto fue como una descarga eléctrica. Un simple
roce, pero que le erizó la piel, que llenó sus ojos de brillo, que la invadió
de calor, de bienestar.
Un
dedo amigo, confortable y confiable. Un dedo que conocía desde siempre pero que
nunca creyó que existiera. Un dedo que despertó algo en ella…algo que no sabía
que pudiera sentir…algo mágico….profundo……algo real. Una sensación, un anhelo,
un placer, ……una necesidad.
Y
los dos callaron.
Y
los dos sintieron.
Y
los dos se miraron.
Y
los dos sonrieron.
.........y
los dos……............se enamoraron.
Yago
Welles, 10/4/2011
El Arco Iris
Jack,
como cada mañana de los últimos años, se dispuso a salir a pasear en bicicleta.
Apuró su café, cogió sus llaves y cerró la puerta de la casa tras de si. Una
casa en la que hacía unos minutos reinaban los chillidos y risas pero que se
sumía en un profundo silencio tan pronto los niños como tomaban su autobús
escolar.
Siempre
le gustó montar en bicicleta por aquellos caminos entre campos y bosques. La
naturaleza cambiaba día a día y pese a que la ruta era la misma, los árboles y
plantas crecían y se marchitaban con el paso de los días, los pájaros volaban a
norte o a sur dependiendo de la temporada, al igual que el río tenía mas o
menos caudal. Las ardillas y conejos aparecían y desaparecían ante su vista
como por arte de magia. Aquella evolución maravillaba a Jack, y su paseo diario
acabó convirtiéndose en su rincón, su espacio, su tiempo. Le gustaba llamarlo
su monotonía cambiante.
Aquél
día en concreto, los campos se presentaron especialmente bucólicos. La pasada
tormenta nocturna solo se recordaba por gotas en algunas hojas, algún pequeño
charco en el camino y un magnífico e imponente arco iris en el horizonte.
La
imagen de su padre le vino a la mente. Cuando años atrás, papá, en aquellos
momentos de intimidad padre-hijo de antes de dormir, le contaba historias
fantásticas y fábulas. En especial recordó el día que hablaron sobre el arco
iris. Ese arco misterioso que indicaba el punto donde se escondía un tesoro
inimaginable. Ese arco vigilante, que si detectaba que alguien se acercaba, desaparecía
desesperando a los cazatesoros.
Quizás
si corría lo suficientemente rápido podría llegar hasta el tesoro antes que el
arco se desvaneciese. Sabía que era un sueño tonto, pero un sueño al fin y al
cabo….y en su rincón, su espacio, su tiempo, se permitía soñar. Así que
definitivamente si, hoy perseguiría ese arco iris.
Tomó
aire y exhalándolo a continuación, empezó a pedalear enérgicamente. Cuando la
carretera lo acercó a su objetivo, este, como era de prever, descubrió sus
intenciones y empezó a diluirse en el aire. Un gran maizal se extendía frente a
él y allí, en medio, rompiendo su uniformidad, una pequeña casa de chimenea
humeante y paredes de madera que, se imaginó, podría ser el foco del arco iris.
Así que abandonando la carretera principal, se dirigió hacia ella.
Una
señal de atención marcaba el principio de aquella nueva vía. Indicaría algún
peligro, firme en mal estado, animales sueltos, quien sabe, era indiferente, él
debía apresurarse si quería su tesoro. Luchando contra la desaparición de
aquella mágica luz, aceleró aun más su pedalear.
Con
esa velocidad, curva tras curva ponía en peligro su integridad hasta que,
lógicamente, algo le hizo perder el control y acabar de bruces en el suelo. Un
minúsculo bache, grieta o tal vez una piedrecita, no sabía, pero de lo q estaba convencido es de que le dolía la cara, las manos, la espalda. Estaba herido.
Con
miedo a verse una pierna rota, o sangre manando de su cabeza, o comprobar que
no tenia tantos dedos como antes, abrió un ojo y después el otro. Y vio. Vio el
maizal. Vio la casa. Y vio el arco iris indicando su tesoro. Y ese tesoro
caminaba hacia Jack.
Era
un tesoro de cabellos negros con brillos extraños, verdes, azules, extraños
pero maravillosos. Un tesoro con un vestido vaporoso de tono rosado muy
clarito, casi blanco. Un tesoro de rostro angelical que le saludó con una
sonrisa amable. Un tesoro del que se enamoró nada mas verlo. Un tesoro. Su
tesoro.
P.D.
Gracias tormenta por traerme el arco iris. Gracias camino por llevarme hasta
él. Gracias tesoro por ser tú. Por ser….un tesoro. Por ser……mi tesoro.
Yago Welles, 11/4/2011
martes, 22 de mayo de 2012
Links para oir programas radio
Aqui podeis escuchar los cuentos emitidos con musiquita y tal. Espero que os guste.
Programa 1 de Cuentos del Abuelo
Programa 2 de Cuentos del Abuelo
Aqui podeis escuchar los cuentos emitidos con musiquita y tal. Espero que os guste.
¡¡OJO!! Me han informado que en la página de goear puede ser que hayan virus, así que si al dar a los enlaces os ofrece algo, no lo acepteis. Estos links han de oirse directamente sin aceptar nada mas.
lunes, 21 de mayo de 2012
Déjame vivir
Atrás quedaron los días en que amanecía con
una sonrisa por ti. En que elegía mi ropa según tus gustos….pese a que sabía
que nunca la verías. En que dejé de fumar para que ese aliento que nunca
olerías no te molestase. Que usaba el perfume que creía que te gustaría. Atrás
quedaron los días que lloraba si discutíamos o saltaba de dicha si me decías que
me quedaba bien el corte de pelo que me hice especialmente para ti. Atrás
quedaron la preocupación por tus retrasos de minutos o la desesperación por tus
ausencias de semanas.
Atrás quedaron…….o
no.
Ya no quiero mas
oír tus falsas promesas, tus medias verdades, tus excusas, tus explicaciones
que ni tu mismo entiendes. Ya no quiero mas imaginar porque haces esto o
aquello, por quién sonríes, a quién amas, si eres feliz o no. Ya no quiero más
que me llames amiga, que me digas que me quieres mucho y que soy alguien
importante para ti. Ya no quiero más oírte, creerte, escucharte. Ya no quiero
más que me duelas.
Ya no quiero
más……o no.
Déjame sola. Con
mis lágrimas, con mis recuerdos, con la imagen que tenía de ti, de los días
felices. Déjame sola. Sigue tu vida… lejos de mí. No verte me dolerá, pero
verte, sin mí, lo hace más. Déjame sola. Sobreviviré. Soy fuerte. Déjame sola
para que rehaga mi vida, para que encuentre otro que me trate como merezco. Que
me haga sentir princesa de cuento. Que me haga amar.
Déjame sola……o no.
Quiero olvidarme
de ti….o no.
Quiero seguir mi
vida sin ti……o no.
Déjame vivir…..o
no
Yago Welles, 16/5/2012
El contenido del paquete
El
timbre repicó cuando aun remoloneaba en la cama decidiendo una cuestión tan
importante como si levantarme, tomar un café y lavarme la cara o si levantarme,
lavarme la cara y después tomar el café.
Era una de aquellas mañanas en que podía dilatar el momento de ponerme en
marcha y ¡qué bien estaba agarrada a mi peluche dando vueltas en la cama! Pero
el timbre me sacó de tan dulce momento y tuve que ver de qué se trataba.
Era un recadero.
Me traía el paquete que esperaba. Jijiji. ¡Qué nervios! Un paquete sin marcas,
ni detalles de lo que contenía, pero que yo sabía muy bien lo que era. Cuando
días atrás decidí encargarlo, lo hice sumida en un estado de nerviosismo,
incluso de duda, que aun sentía, si bien ahora multiplicado por mil.
Mi vida sexual
había experimentado increíbles mejoras en los últimos años. De ser un fardo
abierto de patas sin apenas sentir algo más que un gustito, había pasado a descubrir
mi cuerpo, a disfrutar de él, tanto a solas como acompañada. Hacía cosas que
hace unos años ni se me hubieran pasado por la cabeza. Se podía decir que pasé
de mojigata a ser poco menos que sexo adicta. Me encantaba y lo practicaba
siempre que podía. Si bien no era una necesidad como para las ninfomanas, era
un gran placer, y cuando disponía de la ocasión rara vez la dejaba escapar. En
cuestiones de sexo, pocos pasos me faltaban por dar, y el contenido de ese
paquete podía ser el artífice de que me faltara uno menos.
Conocí a Jack
hacía tres meses más o menos. Desde el primer momento, algo me atrajo de él.
Tal vez su seguridad, la educación con la que me trataba o aquellos
inexplicables cambios de persona cercana, abierta, amable a ser frío, distante,
arisco incluso. La cuestión es que me intrigaba y sin darme cuenta pasé de la
intriga a la atracción y de la atracción a un deseo irrefrenable. Así que un
día que él estaba en su fase persona lo abordé con mis mejores armas de
seducción. Lo deseaba y cuando deseo algo nada puede frenarme, y poco tiempo
después, amanecíamos abrazados cada mañana. Abrazados y, cada día que pasaba,
un poco mas enamorados.
Una noche,
mientras fumaba el cigarrillo de “después de”, satisfecha y plena,
absolutamente dichosa y enamorada, me dio por pensar. ¿Qué le puedo regalar a
Jack? ¿Cómo recompensarle lo feliz que me hace? Y así surgió la idea. Busque
información por Internet, y el resultado de mis pesquisas estaba allí mismo, en
aquél paquete.
Miraba el
envoltorio de papel marrón y no me decidía a abrirlo. ¿Sería mejor dejar que lo
abriera él? ¿Le daría un síncope cuando lo viera? Jijiji Más nervios. Otras
parejas me habían insinuado el tema, pero ante mi negación rotunda no seguían
insistiendo. Siempre tuve claro que por ahí no quería que se jugara, aunque,
por otro lado, me intrigaba el saber que se sentiría. Me daba miedo pensar en
el posible dolor que me causara, pero, he de reconocerlo, también algo de
morbo. Mis amigas aseguraban que nada ponía mas caliente a un hombre que
ofrecerles tu espalda y permitirles elegir de qué agujero disfrutar, pero
también me advirtieron que tuviera mucho cuidado con a quién se lo ofrecía. Una
elección desatinada podía doler mucho. Aunque yo lo tenía claro. Deseaba
ofrecerle aquél regalo a Jack por dos motivos. Lo amaba con toda mi alma y
sabía que en sus manos estaba segura. Nunca nadie me había tratado con tanta
delicadeza como él.
Pasé el resto del
día intranquila. Intentando mantener ocupada mi mente en las tareas domésticas
pero sin poder evitar echar continuas miradas furtivas al paquete. Preparé una
cena especial, atavié la mesa con el mantel de las ocasiones señaladas y saque
los platos de loza fina que heredé de mama. Me bañé con parsimonia, pensando en
él y evitando tocarme para no perder ni un ápice de deseo para cuando él
volviese a casa. Quería una ambientación perfecta y la tenía lista cuando el
día se despedía dando la bienvenida a la noche, y, por fin, el llegó.
Quizás fuese
entrar en casa y ver una mesa de fiesta preparada, o tal vez las bombillas
apagadas y el titilar de las velas, o el beso con lengüita y abrazo de romper
cuellos que le di nada más entrar, pero Jack puso una cara de asombro que creía
que se me infartaba allí mismo.
No quise
explicarle el porqué de aquella preparación. Tan solo le dije -Cena y disfruta
que esta noche lo harás mucho…. Jijiji.- Se me escapaba continuamente la risita
medio maliciosa medio nerviosa. Él me miraba y por su cara debía estar pensando
¿La habrá tocado la lotería? ¿Se habrá gastado nuestros ahorros en un diamante
o cualquier otro capricho y se siente culpable? O…sería posible…. ¿Estará
embarazada?
Una vez terminada
la cena y cuando volvía de la cocina de recoger los últimos platos, me acerqué
a él por detrás, le abracé y besé tras la oreja al tiempo que le susurraba un
te quiero y depositaba el paquete frente a él. Me miró intrigado pero tras ver
que yo lo animaba con la cabeza, se decidió a abrirlo.
Sus ojos se
abrieron como platos nada más ver el dibujo de la caja. Jijijiji, que nervios
los míos. Me miró y yo lo miré. Sus ojos me preguntaba “¿Y esto? ¿Un iniciador
anal?, los míos resplandecían de ternura al ver lo ingenuo que podía llegar a
ser.
-Pero vamos a ver
Jack, ¿tu qué crees que significa este regalo?- pregunté.
-Este regalo es
para decirte que te quiero, que te amo con todo mi corazón, que no hay regalo
en el mundo que pueda compensar lo que me das cada día, que sólo se me ocurre
regalarme a mi misma, darte aquello que nunca le di a nadie, que confío en ti y
sé que me tratarás con dulzura y que quiero seguir disfrutando más y mas
contigo, en la cama y fuera de ella. Y sobretodo, este regalo significa
gracias, gracias por ser como eres, por tratarme como me tratas, por llenar mi
vida de luz, de sonrisas, de calor.-
A Jack se le
escapó una lágrima, se levantó de la silla y me abrazó con ternura mientras me
acarició la cara y mirándome a los ojos dijo –Mi niña…, te quiero-
Nuestros labios se
buscaron, después tomó mi mano y me condujo al lecho donde disfrutamos de una
inolvidable noche de pasión, donde descubrí que si, era cierto lo que mis
amigas decían, nada ponía mas caliente a un hombre que ofrecerles tu espalda y
permitirles elegir de qué agujero disfrutar, donde confirmé que, con Jack, nada
dolía, todo era fácil, cómodo, natural,…..donde me amó,..... por delante y por
detrás.
Yago
Welles, 24/9/2011
Los Roques
Lo mejor de
aquellas vacaciones era que las necesitaba. Catorce meses seguidos desde las
últimas habían acabado con su alegría vital. Pura monotonía, de casa a la
oficina y de la oficina a casa.
En la oficina,
horas de lectura de contratos en su despacho y reuniones explicativas,
técnicas, vacías de emociones o sorpresas. Desde que un día, un envalentonado
repartidor de correo Jack abordó al presidente para explicarle porque no debía
firmar ese contrato que accidentalmente cayó en sus manos, había ascendido como
la espuma. De no mirarlo cuando se cruzaba con él, a ser el niño mimado del
Presidente. Jack tenía un don especial, leía entre líneas y no había trampa
oculta o artimaña legal que se le escapara. Hoy en día no se firmaba documento
alguno que Jack no hubiera verificado
En casa, más
trabajo. Hacerse la cena, arreglar las luces del baño, planchar camisas que
ayer lavó,... Su ocio se reducía a sentarse con los pies en alto y el cenicero
a mano, delante de una televisión que odiaba. Una televisión que le mostraba lo
despreciable que era la gente que en ella aparecía y, aun más, lo estúpida que
era la gente que en ella creía. Ex-mujeres de toreros o ladrones convictos
alzados por las audiencias a la categoría de profetas. Chóferes y niñeras
famosos por contar promiscuidades, en su mayoría inventadas, de quien les
pagaba. Presidentes de países que se creían semidioses y chillaban revolución
contra el imperialismo con un puño levantado mientras en la otra mano sostenían
la Coca-cola que se estaban tomando. Presentadores que explicaban noticias con
total convicción pese a saber que eran falsedades difundidas por alguna mano
oculta para que subieran o bajaran tales acciones. Concursos amañados en que,
llamando al módico precio de nosecuantos euros por minuto, podías ver como te
mantenían en espera hasta que decidías colgar con cara de tonto por haber
creído en su honestidad.
Mirara para donde
mirara, tanto en su trabajo como en su vida, se veía buscando mentiras,
falsedades, engaños. Debía salir de aquel círculo vicioso, y qué mejor que un
velero, de no mas de los 6 metros que le permitía su licencia, provisiones
suficientes, un buen fajo de dólares y, sobretodo, mucho mar y mucho tiempo por
delante
De aquellas
vacaciones esperaba encontrarse a si mismo, recuperar ese equilibrio que el
exceso de trabajo y las tensiones familiares le habían arrebatado. Navegar le
gustaba, pero hacerlo sin rumbo fijo, sin prisas, sólo parando cuando los
vientos así lo quisieran, era apasionante. Amaba aquella soledad. Lo único que
le podía comunicar con el resto de la humanidad era la radio, por la que en
ocasiones oía ruidos semejantes a voces humanas pero a los que no prestaba la
mas mínima atención y un teléfono por satélite que era tan solo una medida de
seguridad. No tenía intención de utilizarlo nunca y permanecía guardado en su
caja detrás de los botes de melocotón en almíbar y de atún en aceite.
Veintidós días de
travesía sin rumbo fijo lo habían acercado a costas caribeñas. Después de
tantos días perdido en medio del océano, era agradable ver de nuevo islas,
vegetación incluso tráfico de barcos, pero también era más peligroso. Un
despiste y podía encontrarse clavado en un banco de arena o aplastado contra
algún atolón, o lo que era peor, arrollado por un petrolero mientras dormía.
Así que debería fondear en algún sitio seguro a pasar la noche. Por primera vez
en tres semanas tubo que coger el timón y darle un rumbo, pero…¿a dónde ir?
Aquella zona del mundo estaba plagada de islas paradisíacas repletas de
complejos hoteleros de los de caipirinha en la piscina y langosta de aguas
calientes para almorzar. Y eso no se correspondía con el plan de viaje de Jack.
Así que buscó en las cartas marinas algo que llamara su atención, algo que le
dijera “ven hasta aquí”. En las cartas buscaba algo que no sabía lo que era.
Una forma sugerente de algún bajío, o quizás un pico que sobresaliera mas que
los de alrededor, y miró y miró hasta que un nombre llamó su atención. Los
Roques. Esa era la señal que buscaba. Sus dos modelos de toda la vida, unidos
en el nombre de unas islas. Rocky Balboa, su ídolo de ficción, el que se
sobreponía a toda serie de golpes bajos, el que siempre iba de frente sin miedo
a lo que pudiera pasar, el valiente al que desearía parecerse, y Rockefeller,
su ídolo real, el millonario que amasó su fortuna gracias a su inteligencia, el
mago de los negocios al que nunca nadie podía engañar ni timar, el astuto al
que intentaba imitar. Dos hombres solitarios, de éxito, valientes e
inteligentes. Como Jack soñaba ser.
El destino estaba
escogido, el rumbo tomado, y la seguridad de que algo superior había puesto
aquel paraje en su camino. Si se apurara podría llegar antes del anochecer pero
la escasez del viento lo retrasó. Se aproximó a esas costas ya noche cerrada.
Algunas balizas marcaban por donde no debía pasar pero no conocía aquellos
mares, no sabía qué bancos de arena esquivar y cuales podían ser cruzados. Así
que decidió fondear y descansar. Lanzado el ancla, se dio el baño nocturno que
tanto le relajaba en aquellas aguas cálidas y especialmente saladas, se duchó
con agua dulce frotando bien para sacarse todo el salitre y se tumbó en su
camarote a esperar la llegada del sueño. Cuando cayó en los brazos de Morfeo,
lo hizo tan profundamente que no oyó el sonido de la motora al acercarse, ni el
de hombres armados abordando su yate, ni siquiera el del pomo de su camarote al
abrir.
En apenas dos
minutos se encontró nadando para salvar su vida. Con la única compañía del
sonido de una motora alejándose entre chillidos de jubilo de sus tripulantes,
mientras remolcaba un yate, su yate, para desguazarlo en cualquier playa
desierta y vender sus piezas por una ínfima parte de lo que costaban en
realidad.
Faltaban unas
horas aun para el amanecer y debía sobrevivir a la noche. Con luz vería alguna
de las miles de islitas que le rodeaban pero en una noche sin luna como
aquella, nadar era tontería. ¿Hacia donde hacerlo? Así que se concentro en
flotar, simplemente flotar y esperar.
Y en esa espera,
encontró lo que buscaba. Se encontró a si mismo. Se dio cuenta que ya no quería
seguir leyendo contratos de otros, que ya no quería seguir amasando fortuna
para gastarla en una casa más grande que nunca sería un hogar, o en comprar una
televisión de más pulgadas que le asquearía mirar. Allí, en medio de un mar
poblado de islas ocultas por la noche, descubrió que tan solo deseaba una cosa
que hasta entonces no había hecho. Vivir. Y tan pronto vislumbró su deseo,
amaneció. Amaneció un nuevo día, pero también su nueva vida. Amaneció
desprovisto de todo bien material, sin barco, ni maleta, sin su fajo de dolares
ni su teléfono por satélite que escondía tras los botes de melocotón en almíbar
y de atún en aceite. Amaneció en una playa de fina arena, en otro mar, en otro
cielo, en otro país. Amaneció convertido en otra persona, con otra vida. Una
vida que deseaba probar, que deseaba sentir. Una vida que deseaba……vivir.
Yago Welles, 20/4/2011
Deshacerse o derretirse
La primavera
despuntaba. Se había retrasado. Y cuanto.
El sol radiante
había elevado los termómetros hasta los 9 grados.
Cansados de varios
meses bajo cero y deseosos de ver algo mas que los ojos vidriosos y las narices
coloradas que asomaban entre gorros y bufandas, la muchachada pasó buena parte
de la mañana rebuscando en sus baúles y armarios para recuperar las mangas
cortas y las sandalias.
Aquél domingo se
inauguraba la temporada de baño en el fiordo y la mayoría de los chicos
intentarían lucirse delante de las alumnas de la escuela femenina. Pocos
osarían adentrarse en las gélidas aguas recién nacidas del deshielo. La mayoría
de ellos se conformaría con poder ver de cerca y sin impedimentos los pómulos,
los cuellos, las manos que sus amadas mostraban por primera vez en el año.
Suri y Kendo
estaban dichosos. Después de meses cruzándose de camino a sus respectivas
escuelas, de meses de miradas furtivas entre nieves y hielos, de meses en que
no se podían encontrar tras las clases sin morir congelados en el intento,
podían dejar de imaginarse, podían verse, podían sentarse en el embarcadero,
descalzos, con las mejillas rosadas más de la emoción que de los rayos solares.
Sentarse y mirar.
Mirar como se
deshacía el hielo, como se derretía la nieve.
Sentir como se
deshacían sus dudas, como se derretían sus corazones.
Yago Welles, 3/10/2007
Querida Milagros
Querida Milagros:
Ha pasado mucho tiempo. Un
tiempo que se suponía debía cicatrizar mis heridas, que debía aliviarme de la
tortura del añorar.
Yo, no se tú, soy incapaz de
recordar qué nos distanció, porqué discutimos, pero en realidad no importa ya.
No necesito culpables ni reproches.
Sólo quería decirte que te
vi. Ayer en una cafetería. No, no me he vuelto loco. Ya sé que no es posible
pero te vi. En una servilleta arrugada. Acababa de limpiarme con ella y los
restos de café dibujaron un beso en ella. La arrugué y los pliegues formaron tu
perfil.
También te vi ayer. Miré al
cielo y no me costó encontrar el rostro que tanto besé en las formas de las
nubes y el calor de tus abrazos en los rayos del Sol que me alcanzaban.
Y esta noche te volveré a
ver. No pasa una en que no lo haga. Sólo he de cerrar los ojos un segundo y me
trasporto a alguno de los instantes que vivimos juntos, que compartimos, y al
abrirlos….ahí estás. En las sombras de la habitación que un día fue nuestra, en
los pliegues de las sábanas que compartimos en el pasado, en las gotas de
escarcha que empañan la ventana por la que te veía llegar con tu siempre
presente sonrisa, en…en… en mi.
Siempre tuyo……..tu
milagro.
Yago Welles, 9/10/2012
Komomola
Como mola saber a dónde ir cuando algo me preocupa. Tener un lugar dónde alguien
me dirá la verdad, me consolará si es necesario pero siendo consciente que
también me tirará de las orejas si lo merezco.
Como mola llegar a donde estás y automáticamente sentirme acompañado.
Recibir un hola acompañando a una sonrisa. Un ¿cómo estás? No de compromiso,
sino sincero, preocupado por mi respuesta.
Como mola poderte comentar mis idas y venidas, mis líos de faldas, mis
enojos, angustias y temores…..sabiendo que las escucharás con interés mientras
suspiras con resignación por mi ingenuidad.
Como mola poderte decir que te quiero sin que nadie vea mas allá de
eso….que te quiero. Poder llamarte amore sin que nadie se atreva a celarse,
porque desde el primer momento en que me conocen, saben que eres alguien
imprescindible para mí.
Como mola poder presumir de tu amistad, de haberte conocido ya hace cinco
años y seguir teniéndote siempre cerca pese a mis defectos, mis cambios de
humor, mis ataques de ira, etc…
Como mola compartir contigo vivencias, anécdotas, fiestas, amigos y como
no, enemigos que haces tuyos por el único motivo de serlo míos.
Como mola saber que aunque Second Life desaparezca de mi vida, tú seguirás
siempre estando ahí. A solo una llamada de distancia.
Como mola tenerte de amiga, Komomola.
Yago Welles, 19/5/2012
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