“Estoy deprimido,
sin teléfono, sin dinero... atrapado por imágenes de asesinatos y cadáveres,
furia y dolor, niños heridos o muriéndose de hambre, hombres que aprietan el
gatillo con alegría, policías y ejecutores... Voy a reunirme con Ken, si tengo
suerte”.
Así rezaba parte
de la nota de suicidio de Kevin Carter, premio Pullitzer de 1994 por una
fotografía en que se veía un primer plano de un niño desnutrido recostado sobre
el suelo y un buitre parado tras de si.
Lo primero que
pensamos al ver esa fotografía es que el buitre observaba al niño esperando a
que este falleciera por su evidente hambruna. Que pretendía hacer un banquete
de la poca carne que cubría aquellos reblandecidos huesos. Y que probablemente,
ya lo habría hecho en muchas otras ocasiones anteriores.
Seguramente esa
fuera la razón del editor del New York Times para elegir aquella foto como
portada y no cualquiera otra de las que se mostraban ante él, aquella madrugada
de Marzo del 93.
Nada más
publicarse, el nombre de Kevin estuvo en boca de todos. Empezaron a hacerle
entrevistas, preguntas, la gente se interesó por la criatura, en porque él no
espantó al buitre y auxilió al niño en vez de dedicarse a tomar instantáneas,
en como podía mirarse al espejo por las mañanas, en cómo un corazón puede ser
tan frío...y él? Él solo podía contar que no sabía como terminó aquél niño, que
tubo que tomar el avión y volar lejos de allí.
Sólo los de su
gremio entendieron que el trabajo de un fotógrafo es retratar la realidad y
hacerla llegar a los que desde sus sillones, señalan a los demás sin siquiera
molestarse en alzar el dedo índice para hacerlo.
El resto de la
sociedad, la opinión pública, se volcó encima de Kevin. Insensible era el menor
de los calificativos que recibió. Incluso su familia le recriminó aquella actitud
tan, tan…morbosa quizás? Poco humana, dirían unos, profesional otros. Se sentía
atacado por todos lados y su refugió fué alcohol.
Meses después de
su publicación, cuando ya la vida de Kevin estaba destrozada por aquellas
críticas, la foto se erigió en vencedora del prestigioso Premio Pullitzer con
lo cual volvió a poner a Kevin en el disparadero
Aquella foto pasó
a representar la problemática de África. El niño representaba el hambre, la
pobreza, la enfermedad y la muerte que sufría la población. El buitre era el
capitalismo que se beneficiaría de aquella agonía, que esperaba paciente para
sacar provecho, sacar su tajada. ¿Y el fotógrafo qué representaba?…..Kevin pasó
a ser la indiferencia de la sociedad al ver aquellos atropellos, aquellas
injusticias.
Kevin no ganó un
premio, lo sufrió. Para agravar su pena, pocos días después, un amigo suyo
murió tiroteado mientras cubría unos altercados en Johannesburgo. Ya no pudo
soportar tanto dolor y tomó la decisión cobarde.
Un vehículo con
ventanillas subidas pese a los 40 grados a la sombra que marcaban los
termómetros. Una manguera de goma con un extremo en el tubo de escape y
expulsando monóxido de carbono hacia el interior del vehículo por el otro. Un
motor encendido. Unos ojos que se cierran para siempre.
¿Pero cual es la
verdad de aquella historia, de aquel niño?
Lo cierto es que
el niño no murió hasta años después, que el buitre no estaba allí esperando que
muriera nadie, ni que el fotógrafo tomó aquella imagen buscando el morbo del
que le acusaban.
Kevin llegó a
Sudán en avión acompañando una misión de reparto de alimentos. Les dijeron que
sólo disponían de unos minutos para ver los alrededores mientras se distribuían
las viandas entre los nativos. Lo justo para que Kevin diera un paseo por las
afueras del campamento y viera la imagen que plasmó sin ser consciente de su
futura repercusión.
El lugar de la
foto era en realidad el estercolero donde iban los nativos a hacer sus
necesidades y se lanzaban las basuras del campamento.
¿El niño? Él no
estaba moribundo. Ya había comenzado a recuperarse de su enfermedad en ese
campamento de la ONU. Tan solo estaba
defecando. Y si apoyaba la cabeza en el suelo era porque la hambruna les tiene
tan débiles que hasta aguantar la cabeza erguida es un sobreesfuerzo.
¿Entonces porque
estaba allí, solo? Los padres no estaban allí, porque al llegar el avión de
reparto, estaban recogiendo sus raciones.
¿Y el buitre? El
buitre, sólo esperaba a que el niño se fuera para ver si había dejado algún
resto comestible.
¿Y Kevin?, Kevin
hizo la foto y tomó el avión sin saber más. Un avión que por muy lejos que
volara ya nunca conseguiría separar su vida de aquel lugar, de aquel instante,
de aquél niño.
¿Y la foto? La
foto recorrió miles de kilómetros, se publicó en el mejor periódico, ganó el
premio más prestigioso y aun hoy, 20 años después, se recuerda. Pero sólo fue
una foto hasta que años después alguien se preocupó de indagar la verdad sobre
ella y sobre su funesto autor.
De esta historia
se pueden sacar multitud de moralejas.
Que un premio no
es necesariamente bueno para el que lo recibe o que la misma acción puede ser
premiada y vilipendiada según quien la juzgue, o que el mayor éxito de tu vida
puede ser tu mayor fracaso, o que no sabes nada si no lo sabes todo, pero yo me
quedaría con…
No juzgues sin
saber lo que hay detrás o serás injusto…y tus injusticias pueden llevar al
juzgado a tomar decisiones que no querrías ni imaginar.
Yago Welles, 29/05/2012